El concepto de confianza en la Institución Bancaria.-Miguel Ángel Caloca Heredia

EL CONCEPTO DE CONFIANZA EN LA INSTITUCIÓN BANCARIA por Miguel Ángel Caloca Heredia.

Desconfianza y Colateralidad: Sentencia a la Distribución de la Riqueza.

Afirma Lipovetsky en el desarrollo de su obra De la Ligereza: […] “lo que progresa no es tanto una cultura ligera como una sociedad que desconfía y teme a los demás, a un futuro concebido como inseguro, amenazador, ingobernable.[1]” De este referente es que se acotan frases como la siguiente “Cuando se trata con los demás, toda prudencia es poca”; y al respecto queda resaltar solamente el nuevo estatus que ha obtenido la calidad humana: Daño Colateral.

Como lo explicara el fenecido Bauman, el origen del concepto “colateral” fue exclusivamente bélico, y sin embargo, dentro de la economía y las ciencias sociales alcanzó su desarrollo más drástico: Se puede decir, de manera coloquial, que lo colateral es aquel efecto con carácter no intencional ni planeado que toma logar en pos de una acción mayor.

¿Cuando fue que el Ser Humano se volvió un daño colateral en aras al desarrollo del Sistema Capitalista? Antes que nada, conviene apreciar este nuevo enfoque hacia nuestra concepción social, al respecto vale la pena mencionar que la desconfianza (y posterior aceptación de nuestro roles respectivos) proviene del constante desmoronamiento a los apotegmas de la economía clásica.  Dentro del presente siglo (y con mayor énfasis en la contemporaneidad), hemos comenzado a observar las consecuencias, resultados y conclusiones aparejadas al desglose del determinismo económico como factor regente.

Es decir, hemos observado la tangente de permitir que se guíe la evolución del modelo social según lo dictan los factores económicos y del desarrollo tecnológico (definición per sé del determinismo económico). Resultando en las incongruencias y diversas crisis económicas, políticas y sociales que –hoy día- podemos observar. Existe una íntima afinidad entre el constante crecimiento de la desigualdad social y el aumento de los –así considerados- “daños colaterales”, sus mayores implicaciones y cada vez, menos redituables costos.

Al tenor de diversas posturas en pos de la economía, hemos observado el nacimiento de ideología general ampliamente clasista; vg.: El conocido como “Principio de Dunlap”, al resguardo del cual se afirma que “La empresa pertenece a las personas que invierten en ella, no a sus empleados, sus proveedores ni a la localidad donde está situada”[2]. Al respecto, afirma Piketty en su obra El capital en el siglo XXI que, para que la economía pueda alcanzar un amplio desarrollo (más allá de su común afición a los problemas matemáticos y especulaciones meramente teóricas[3]) debe eliminar su desprecio hacia las demás disciplinas sociales, erradicando su apariencia de cientificidad y retomando un enfoque de corte más “humanista”.

Ya no basta seguir dando un seguimiento errático a las políticas del tiempo neoliberal, el estancamiento reflejado en la movilidad social no podrá subsanarse en los dogmas económicos exclusivos. Anteriormente se creía que la desigualdad estaba destinada a seguir una “curva en forma de campana (de U)” –significando que primero crecería para después decrecer- durante el proceso de industrialización y desarrollo económico.; una vez realizado esto,  seguiría una fase de fuerte disminución de la desigualdad. Tal fenómeno, conocido como la “curva de Kuznets”[4] ha contribuido en la guía de diversas políticas contemporáneas, a pesar de su inminente fracaso. A este respecto, también podemos sumar la fallida doctrina de la “economía del goteo”, cuya incongruencia resulta aún mayor que la anteriormente expuesta[5].

Culpables y Mentirosos: En Salvaguarda del Mayor Desarrollo.

Con la misma ironía que el “Camarada Napoleón” (Rebelión en la Granja[6]) disfrazaba sus mandamientos en pos del “mayor desarrollo” de la granja; pareciera que los dogmas económicos han dirigido el establecimiento de las políticas actuales. Hasta el momento, hemos observado el desglose que tales dogmas conllevan –y su inminente fracaso-; sin embargo, es momento de profundizar más allá del mero conocimiento y dar luz a las circunstancias que causaron este radical pensamiento.

Dentro del desarrollo de la economía clásica, ya podremos encontrar las bases de esta distribución inequitativa (Young), o bien la necesidad de un valor cuantificable y el sentido de propiedad correspondiente (David Ricardo); pero es hasta el virtual desarrollo de una doctrina económica puramente capitalista (Adam Smith) que comienzan a tomar forma los apotegmas que anteriormente se desglosaron. Al interior de la economía, existen diversas tendencias en pensamiento; pero, aquella que se encargó de instaurar y promover –en la manera lo más agresiva posible- tales irracionalidades fue la del neoliberalismo. Una corriente que contó con un impresionante número de seguidores; no obstante de ello, al tiempo presente encuentra fuertes detractores en respetadas figuras del ámbito económico, como son Joseph Stiglitz, Thomas Piketty y Ha-Joong Chang, entre otros.

Recordemos que el desarrollo de la economía –según la doctrina clásica- debe responder al principio de no intervención del Estado en su rectoría. En una compleja amalgama de lo que se conoció como “la mano invisible” y diversos aditamentos a los largo del tiempo, se han dado organismos de carácter supranacional, los cuales se encargan de “vigilar” el desarrollo y estabilidad de las economías regentes y en vías de desarrollo. A dichos organismos les conocemos comúnmente bajo el nombre de instituciones bancarias. Y se han encargado de regir –supletoriamente al Estado- la observancia y manejo de crisis económicas (la mayor parte de las cuales fueron ocasionadas por ellos mismos) que afectan el desarrollo de una o más sociedades en conjunto.

En este punto, conviene resaltar el sentido de perjuicio existente hacia las agrupaciones financieras, instituciones de crédito, casas de bolsa y demás organismos que llevan adherido el carácter de bursátil (bancario). La gestión inadecuada y apuestas de alto riesgo no llevadas a buen término de estas organizaciones han llevado a severas complicaciones no solo a individuos y familias, sino que –ante la tendencia transnacional- un nuevo grupo de afectados se ha unido en el presente siglo a esta larga lista de perjudicados: Los Estados. Al respecto podríamos observar el papel que fungió el desarrollo de diversas políticas impuestas a los Estados buscando así la garantía de un préstamo de capital (Argentina), o bien, la manera en que una guerra comercial llevó a la subyugación de una postura económica diversa (Etiopía). El número de Estados afectados es impresionante, ¿el común denominador entre sus sinsabores? El Fondo Monetario Internacional, a este respecto, ya Joseph Stiglitz ha dado testimonio de manera incansable[7]. La imposición de políticas unilaterales que benefician solamente a un sector es parte del día a día, las repercusiones no se hacen esperar; pero resultan sumamente descartables (por su inutilidad).

Resalta más que nunca la interdependencia que hemos desarrollado, y –como bien dijera Bauman- se traduce en una incongruencia intentar dar soluciones locales a problemas de índole internacional[8]. Es necesario un esfuerzo de coordinación en lo que a las instituciones económicas transnacionales respecto, ello ha quedado claro, pero pendiente. Como indica von Wright: “parece que el Estado nacional se erosiona, o acaso se extingue. Las fuerzas que lo erosionan son transnacionales”[9]

Cabe abrir aquí un paréntesis al respecto, ¿deben las instituciones públicas (FMI) disponer libremente del derecho de informar debidamente las repercusiones de sus actos? ¿Es necesaria la regulación de negociaciones entre entidades económicas y prestatarios en clara situación de desventaja? ¿Debe la institución reflejar los enfoques de la comunidad financiera en general, o bien, actuar conforme a sus intereses? La resolución de tales interrogantes obedece –debido a su extensión y temática- al desarrollo de otro ensayo, pero bien vale la pena tenerlas en cuenta al momento de leer esta redacción.

El Concepto de Confianza en la Institución Bancaria: Alcances y Consecuencias.

Resulta una obviedad la indicación de que el desarrollo de toda actividad humana requiere de “confianza”; hoy día, éste concepto se encuentra arraigado en nuestro vocabulario, tal es la desconfianza y resentimiento que guardamos hacia “todo aquel que no sea uno mismo”. Tal concepto se encuentra inherente a varios de los “decires” contemporáneos, como típicamente avisa el consejo: “En la vida, hay que tener un buen abogado, un buen médico y un buen asesor financiero”. ¿Qué relación o factor común guarda el desempeño de estas profesiones? Fácil es adivinarlo; que para realizarse, deben gozar una presunción de absoluta confianza.

He aquí una pregunta que fácilmente sorprende…  ¿Confía usted en su banco? Los escándalos financieros recientes ayudan bastante al adivinar la respuesta correspondiente. Y sin embargo, ¿es ello una justa razón para dejar de esforzarnos en la exigencia de parámetros éticos a quienes guardan nuestro dinero?

La confianza es fundamental para el desarrollo humano, en ella se basan las relaciones cotidianas, los procesos democráticos, la realización de leyes, la actualización de inversiones y –en última instancia- todo lo que comprende la estabilidad social.

Anteriormente, la administración del dinero se llevaba de manera autónoma; es decir, la administración era realizada de manera personal, ó -como suele decirse- en el compendio cultural, equivalía a “guardar el dinero bajo el colchón”. Esta costumbre se vio remplazada prontamente por la preferencia hacia la institución bancaria. Sin embargo, tales instituciones (antes respetadas) han caído en un declive generalizado, presa de escándalos y conflictos, abusos interminables hacia el cliente común.

Créditos garantizados ante la insolvencia del solicitante, ridículos intereses afectados de manera constante y variable, el pacto de garantías excedentes al otorgamiento de créditos menores, obstáculos burocráticos en las mínimas reclamaciones… La lista se extiende, sin embargo, la mayor de las preocupaciones es la que atañe al manejo del capital depositado.

En La teoría de los sentimientos morales, una de las obras poco conocidas de Adam Smith (autor de La Riqueza de las Naciones) se fundamenta la confianza en una postura equilibrada y con vistas al fin común de la sociedad. Sin embargo, la postura que sus seguidores adoptaron radica en la tradición económica por excelencia: Es decir, que debemos confiar antes en la defensa de nuestros intereses, que encomendarnos a la buena fe de quienes postulan el interés general.

La confianza del sector bancario es básica en su explicación: Depositas tu dinero, confiando que estará disponible en el futuro, cuando quieras hacer uso de él. El negocio bancario per sé obedece a los préstamos a particulares; situación en que el banco realiza préstamos razonables –pues es el dinero de sus cliente- a diversas instituciones prometedores (desarrollo comercial) y futuros propietarios de viviendas (desarrollo inmobiliario). Este esquema se rompió ante la avaricia del sector bancario, que decidió dar un giro drástico en sus funciones, diversificando de manera agresiva sus actividades a otros ámbitos, preponderantemente los relacionados con la banca de inversión.

Buscando ávidamente la inyección de capital (para ampliar sus márgenes de ganancia ante la especulación), los prestamistas comerciales se dedicaron a vender hipotecas a familias que no podían permitirse el pago de tales cantidades sin el ofrecimiento de falsas garantías (a este suceso se le conoció como la inflación de la burbuja hipotecaria). Se fomentó la práctica abusiva de las tarjetas de crédito y se dio pronto la manipulación de mercados accionarios; todo ello en beneficio de un sector reducido.

Hacia el 2008, cuando llegó el momento de hacer exigibles los créditos otorgados, la ilusión se volvió tangible y el engaño fue notorio. Las promesas de pago se desmoronaron de manera estrepitosa, las garantías no bastaron para cubrir lo contemplado en la deuda y; como si de castillos en el aire se tratara. Millones de personas perdieron sus hogares durante esta crisis y aún hoy día seguimos arrastrando las consecuencias de lo que se conoció como el estallido de la burbuja hipotecaria. Los bancos conocían sus malas obras y ante el congelamiento de su flujo de ingresos, debieron ser rescatados por el Estado.

Resultando una curiosa “socialización” de la pérdida capitalista; es decir, los bancos -sabiendo que su caída no era plausible para el Estado- decidieron jugar temerariamente con el dinero de sus clientes, y al momento de perder la apuesta, el Estado se vio obligado a erogar de los contribuyentes (que eran -casualmente- en su mayoría también clientes afectados) para rescatar a los banqueros. Sin embargo, las ganancias obtenidas durante el período de manipulación y mala praxis se quedaron en manos de los altos cargos y gestores de operación; no fue repartida entre los afectados, más bien se mantuvieron ocultas el mayor tiempo posible.

Todo ello fue posible gracias a la influencia política que el dinero del sector bancario ejerció respecto de las leyes regulatorias, recordemos que tras el Wall Street Crash (1929) se implementaron normas muy estrictas hacia el manejo de las instituciones bancarias y su regulación. Se colocó en los puestos de responsabilidad a reguladores que, valga la redundancia, no creían en la regulación; por lo cual dejaban pasar estos “incidentes” en pos del desarrollo comercial. Rayando en la ingenuidad, se creyó que los bancos serían capaces de auto-regularse; y éstos últimos solo nos hicieron ver su nula concepción de ética en el manejo de riesgos excesivos, así como manipulación de acciones y su contabilidad, procurando la obtención de beneficios a su rendimiento en corto plazo.

Conclusiones:

La tendencia económica neoliberal basó sus fundamentos en el período temporal conocido globalmente como “Los Gloriosos Treinta” –en México, período análogo a El Milagro Mexicano (1945-1956) y El Desarrollo Estabilizador (1956-1970)- o bien “La Edad de Oro del Capitalismo”; sin embargo, al transcurrir el tiempo, tales planteamientos han demostrado su claro beneficio a un sector sumamente minoritario de la población. La importancia que revisten las instituciones bancarias y económicas se traduce en un papel fundamental en lo que a distribución de la riqueza se refiere. Explicando así la pérdida de confianza por su dudosa moral y malas prácticas.

Entre ellas, el ofrecimiento y adquisición de acciones comprometidas a directores ejecutivos y funcionarios encargados de vigilar su regulación. Traduciéndose directamente en la corrupción del sistema regulatorio, generando un claro conflicto de intereses -y beneficio- en lo correspondiente al manejo de la competencia en diversos sectores. El establecimiento de rendimientos e incentivos inmediatos -fomentando la avaricia humana- resulta ser claramente incompatible con la realización de objetivos a largo plazo que buscan el bien común.

Cabe destacar una curiosa analogía, resultante del análisis pertinente a la situación contemporánea. ¿Qué tan lejos nos encontramos de lo que Sieyes exponía en su obra ¿Qué es el Tercer Estado[10]? Los papeles han cambiado el nombre, sin duda, pero no las posiciones; aún hoy día tales referentes guardan un sentido equivalente… Tanto la iglesia como la nobleza responden en el haber contemporáneo de la clase política; quienes tienen riqueza dictan las normas al por mayor. ¿Qué sucede con los no privilegiados?, aquellos que fueron víctimas de las jugarretas y caprichos del sector bursátil, del así denominado “1% de la Población”[11]. Ya un vasto sector de la población desconfía de las instituciones, la movilidad social es una ilusión ya superada… El Tercer Estado, se encuentra justo dónde Sieyes lo dejó.

Entre las dudas a resolver, se encuentran las siguientes: ¿Qué tan dividida está la sociedad? ¿Cuánto tiempo y que acciones se requieren para sanar las heridas? ¿Habrá sonado ya la advertencia entre las élites?… Sin duda, más temprano que tarde, las respuestas conoceremos.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

Bauman, Zygmunt. Daños Colaterales: Desigualdades sociales en la era global. 1ª ed., FCE, México, 2011. 233 pp.

Dunlap. Albert J. How I Saved Bad Companies and Made Good Companies Great. 4a ed., Time Books, U. S. A., 1996. 281 pp.

Kuznets, Simons. Economic Growth and Income Inequality. The American Economic Review: Volumen XLV, U.S.A., 1955. 28 pp.

Lipovetsky, Gilles. De la Ligereza. 1ª ed., ANAGRAMA, México, 2016. 339 pp.

Orwell, George. Rebelión en la Granja. 1ª ed., Editores Mexicanos Unidos, India, 2010. 86 pp.

Piketty, Thomas. El capital en el siglo XXI. 2ª ed., FCE, México, 2015. 557 pp.

Sieyes, Emmanuel. ¿Qué es el Tercer Estado? Ensayo sobre los privilegios. 3ª ed., ALIANZA EDITORIAL, México, 2008. 184 pp.

Stiglitz, Joseph E. El Malestar de la Globalización. 1ª ed., DeBols!llo, México, 2002. 447 pp.

Stiglitz, Joseph E. La Gran Brecha. 1ª ed., Taurus, México, 2015. 477 pp.

von Wright, Georg Henrik. The crisis of social science and the withering way of the nation state. Associations, 1, 1997.

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BIBLIOGRAFÍA ELECTRÓNICA.

Caloca Heredia, Miguel Ángel, La economía del goteo: Falacia del Capitalismo en www.buhotica.com.mx, publicado el 19 de Abril del 2017.

[1] LIPOVETSKY, G. De la ligereza, México, ANAGRAMA , 2016. Pp. 304-305.

[2] DUNLAP, A. J. How I Saved Bad Companies and Made Good Companies Great, Nueva York, Time Books, 1996. Pp. 199-200.

[3] PIKETTY, T. El capital en el siglo XXI, México, FCE, 2015. Pág. 47.

[4] KUZNETS, S.  Economic Growth and Income Inequality, American Economic Association, vol. 45, núm. 1. Marzo de 1955. Pp. 1-28.

[5] CALOCA HEREDIA, M. La economía del goteo: Falacia del Capitalismo en https://buhotica.com/. 19 de Abril de 2017.

[6] ORWELL, G. Rebelión en la Granja, México, DeBols!llo, 2010. 144 pp.

[7] STIGLITZ, J. El Malestar de la Globalización. México, DeBols!llo, 2002. 447 pp.

[8] BAUMAN, Z. Daños Colaterales: Desigualdades sociales en la era global. México, FCE, 2015. 101-107 pp.

[9] VON WRIGHT, G. The crisis of social science and the withering way of the nation state, Associations, 1, 1997. Pp. 49-52.

[10] SIEYES, Emmanuel. ¿Qué es el Tercer Estado: Ensayo sobre los privilegios. México, Alianza Editorial, 2008. 184 pp.

[11] STIGLITZ, Joseph E. La Gran Brecha, México, Taurus, 2015. Pp. 109-126.