Economía Colaborativa: Promesas del Capitalismo por Miguel Ángel Caloca Heredia.

                         Economía Colaborativa: Promesas del Capitalismo      por Miguel Ángel Caloca Heredia.

La tendencia particular de las nuevas normas económicas que rigen el sistema contemporáneo son claras; tal cual lo plantea Bauman en su libro “Vida de Consumo”[1], la urgencia priva por encima de todo. El régimen consumista -establecido a rajatabla- fuerza a los actores y agentes económicos hacia la realización constante de actualización: Crecer o morir, ésa es la sentencia.

Nos encontramos en presencia de una “economía darwiniana”; donde, aquel que no logre adaptarse al mercado será, o bien abandonado, o bien absorbido por su competencia: La sentencia es la muerte ineludible. En un ambiente corporativo hostil, la moralidad ha pasado a ser un tema de segunda relevancia en la mayor parte de las compañías. Los principios económicos también guardan una aplicación fáctica en el acontecer diario de nuestras vidas. Es así que, ante el claro descontento social respecto de las malas prácticas corporativas, se amplió la aplicación del Mercado y; ante la innovación tecnológica, surgió un mecanismo ad hoc, una Promesa, para los efectos de materializar las displicencias de este sector en particular. En este tenor -y contexto- podemos afirmar que se da el surgimiento de una nueva vertiente: La Economía Colaborativa.

Un Concepto Comunitario: Unión en lo Cotidiano.

El concepto de “colaborativo” pretende dejar en claro -al menos conceptualmente-, que el telos (finalidad) a que atiende su nominativo implica una ausencia de jerarquías. Se trata de una relación coordinada, distinta de la de supra subordinación; una economía de “tú a tú, cara a cara”, con un corte “Menos ejecutivo”. Al decir de sus defensores, se trató -en sus inicios- de un movimiento de reclama, una protesta materializada hacia el agresivo capitalismo vigente hasta nuestros días.

La Economía Colaborativa tiene -al menos, en su concepto- por actores económicos a los miembros de la comunidad; a aquellos que pueden haberse visto rezagados o bien afectados, reducidos a una mera estadística de daño colateral[2] en  la nómina del corporativo que no pudo costear capital humano para continuar su crecimiento. Aquí tocamos el tema de las disrupción -inicial- entre uno y otro; la Economía Colaborativa, en principio, pretendía “hacer bien las cosas”, a diferencia de su contraparte. El fundamento esencial de la Economía Colaborativa se traduce en su carácter “colaborativo”; dígase de comunitario. Es “el apoyo bienintencionado del ciudadano común a otro ciudadano -generalmente del mismo contexto- en la realización de una actividad que comparten, sin compartir un fin de lucro para ello”.

Se trata de un contra-mecanismo, ante la tendencia globalizadora, en que los miembros de la comunidad se coordinan para los efectos de suplir la deficiencia del mercado en que cayeron. Lo anterior en virtud de que, quizá no les resulta posible costear los gastos que reclama la plusvalía de la empresa; o simplemente prefieren mantener el flujo de capital al interior del municipio, entidad o país en que radican (en tratándose de empresas transnacionales y sus filiales libres de impuestos); puede ser también que prefieran guardarse un ahorro de las cantidades que erogan en favor de la empresa, etc. Las razones son tan variadas como los enfoques que le puedan dar los miembros de la comunidad que se trate, aplicando diversas tendencias, pensamientos y conceptos en su carácter de regionalismos, dogmas de carácter nacional (cada vez menores, a decir del Mito[3]) o ideologías que identifican a un grupo social específico -tribu social/urbana-.

Sin embargo, el concepto que prima al respecto es el de personalización: Nos encontramos con relaciones entre iguales, es ése el Discurso. No se trata de la típica relación de servicios y negocios subordinados; la innovación en el carácter colaborativo (y su principal atractivo) radica en el discurso de ideales que plantea.

Alcances y Consecuencias del mundo globalizado: Abriendo terreno a la Economía Colaborativa.

La reconvención hacia las relaciones humanas es el pilar ontológico de la economía colaborativa, aprovechando el sentimiento de nostalgia hacia los vínculos degradados, que diariamente se erosionan, absorbidos en los términos líquidos del haber contemporáneo[4]. Las relaciones humanas se han visto sistemáticamente desplazadas a través del uso de las Tics (Tecnologías Inteligentes de la Comunicación), que se encuentran en un boom ante el auge de la doctrina globalizadora. Consecuencia directa, la calidad de las relaciones ha decaído por diversas razones -ninguna justificada-, entre las que encontramos las siguientes:

  1. Menores períodos de atención.

Ante lo portátil del aparato electrónico, es común observar comunidades enteras absortas en los mismos –y en sí mismos-, aun teniendo al alcance a personas físicamente presentes. El carácter de virtual ha afectado las relaciones, volviéndolas más dispensables. Se requiere dar un menor cuidado a las relaciones; el fácil acceso e ilimitado alcance hacia nuestros seres queridos ha permitido que se pueda postergar de manera indeterminada el momento de dar mantenimiento a esas relaciones. La atención se ha visto reducida, ante una concepción temporal de corte puntillista -en contraposición a un flujo de río temporal (causa/consecuencia futura)-, fomentada para los efectos del hábito e consumo reiterado.

Se vive la doctrina del Carpe Diem en su sentido “disfruta el día, el mañana vendrá luego”, tergiversación filosófica del aforismo, encaminada a generar una demanda de consumo sin precedentes –ni consciencia-: El ciclo producción/consumo se debe satisfacer –solo para comenzar de nuevo- a la brevedad posible. La Economía Colaborativa propone una coyuntura en este sentido, al preferir la relación y empatía, la atención en el otro de manera igualitaria. Un sentido hospitalario y de interés genuino forma parte de las características ideales en esta vertiente de la Economía.

  1. Impersonalidad del Usuario en Conexiones.

Ante el anonimato tácito de las personas con que podemos conectar virtualmente, nos encontramos ante una creciente falta de consideración. En la doctrina que se conoce generalmente como el sesgo de la víctima identificable, se explica que psicológicamente la identificación de las víctimas se traduce en un mayor sentido empático y de responsabilidad respecto de temas que, de otra manera, se preferirían mantener en una omisión sistemática. Obviamos aquello que nos incomoda; las verdades que son pleno conocidas, pero -nos hemos vendido a la idea de- que no se pueden cambiar; o bien, que nuestra acción al respecto sería irrelevante ante el enorme tamaño de la afectación referida.

Llevándonos, en un sentido lógico, -en una especie de asimilación análoga- bastante similar a la conocida Tragedia de los (Recursos) Comunes[5] -expuesta por Garret Hardin[6]-, cuya conclusión nos lleva a la certidumbre de que (bajo condiciones puramente lógicas y de competencia) los actores económicos preferirán en todo momento la satisfacción de su interés, ante un “escueto” daño que pueda sufrir la colectividad: Un rendimiento de 10 al individuo representa un daño de 10 a la comunidad (integrada por 10 individuos); el daño, una vez que se divida entre los individuos, será de 1 para cada individuo. Y el rendimiento de 10 se mantendrá en la persona que lo originó.

La abstracción del carácter personal de los usuarios en redes (su mera degradación a objeto de consumo), forma parte de la justificación -generalmente aceptada- que se puede hacer a las omisiones reiteradas en el interés de que converjan las partes para su mutuo conocimiento. Es fácil ridiculizar y generar un -también efímero- sentido de popularidad (abordado a continuación) al respecto. Al igual que en el Mercado, dentro de las relaciones personales también ejercen principios de la economía y otras ciencias sociales (nada ilógico, pues a fin de cuentas, se trata de un aspecto inalienable y vertido en las regulaciones de la convivencia humana); al punto conviene referir la exposición de personajes, ideas y culturas al ridículo.

La libertad de expresión llevada a sus últimas consecuencias; no existen responsabilidades por parte de quienes gestionan el mecanismo de publicación respecto del usuario que publica (Facebook no se hace responsable de lo que publiques y los daños que de ello deriven), lo cual vuelve idónea la omisión en las regulaciones que -de otra manera- mucho importaría a estas empresas llevar a cabo. El negocio de la información y el uso estadístico de datos mediante algoritmos y publicidad estratégica es el verdadero mercado de estas industrias.

Los seres humanos, estando detrás del ordenador, adquieren un carácter estadístico y de meros incentivos (probabilidad de compra), no es necesario guardarles mayor consideración. Una óptica que prima, desde el ámbito empresarial hasta las relaciones personales. Después de todo, ¿por qué habría de señalar expresamente lo que mediante omisiones estoy haciendo constar de forma implícita?; ¿por qué debería de guardar una consideración para alguien que ni siquiera conozco o me conste su existencia (tocando el papel de la -presunción de- confianza en la creación de relaciones -y no vínculos- humanos) La respuesta es, en efecto, más sencilla de lo que parece: Reciprocidad (en cuanto conlleva un interés) y Educación. Así, la Economía Colaborativa pretende dar consciencia del individuo.

  1. El Ego reconocido e incentivado.

La súbita explosión de la doctrina ególatra merece ser observada desde la óptica del consumo; se traduce en un sinsentido incongruente. Por un lado se exacerba la sublevación de la creencia individual respecto de las “instituciones ideológicas” generales, generando una batalla campal -sin refugio ni piedad- entre los pares. En un sentido de presunta “superioridad” que permite al falto de pruebas la pretensión –legítima– imponer su doctrina sobre la de los ajenos.

Y sin embargo, conviene traer a mención el siguiente fragmento en la obra de Russell[7]: “La indiferencia ante la opinión pública (…), se considera un desafío, y el público hará todo lo que pueda por castigar al hombre que se atreve a burlarse de su autoridad”; al respecto es evidente la mención implícita del Ego en colectividad. El acto de desafío afecta una imagen (las más de  las veces, auto-inducida y carente de fundamentos) y por lo mismo debe ser castigado; y aún así, anteriormente observamos la constante lucha del interés individual hacia su primacía.

¿De qué manera puede explicarse tan curiosa incongruencia? Pues bien, no es necesario romper la cabeza decantando en ello, la respuesta es incómoda, pero necesariamente debe confrontarse para su debida solución: Nos encontramos en una sociedad de hipócritas: Nunca antes fue tan fácil ensalzarse y envanecerse. Se puede alardear ante miles, millones de personas acerca de nuestros logros, convencerlos de volverse en admiradores de nuestra realidad ficticia. El alcance de la tecnología en la red social da a todos la oportunidad de ser una estrella de rock o un líder mundial. Se intuye una relación causal que no existe, confundiendo los síntomas del éxito con el éxito por sí.

El concepto de la “colaboración” pretende subsanar las deficiencias del ególatra, la convivencia del género humano se traduce en un aprendizaje empático, dando noticia de la humildad anteriormente olvidada.

Empoderamiento y maquillaje.

La Economía Colaborativa implica grandes atractivos ideológicos, pero existen otras motivaciones a que debe –en gran medida- su vasto crecimiento (es un mercado emergente en el sector de inversionistas con capital riesgo). El Capital se ve atraído hacia el bien común gestionado de manera exitosa, es entonces, cuando la naturaleza “comunitaria” del mismo, pasa a entredicho.

Un discurso que fomenta la ética y la colaboración pero -sobretodo- se convierte en la insignia de una empresa social de consciencia y moral ante la falta de escrúpulos del capitalismo. Un mensaje fuerte y con bases conceptuales, mismas que hemos abordado a lo largo del presente escrito. Sin embargo, existe una mezcla de “interés comunitario” y “egoísmo corporativo”; las empresas de la Economía Colaborativa se financian a través del capital riesgo. Aun así, hay que tener una seria falta de escrúpulos para pretender que sean las mismas personas de la comunidad (desplazadas hacia este nuevo Mercado), las que deban hurgar en sus bolsillos para financiar empresas creadas por compañías con fondos multimillonarios: Empresas que eluden el pago de impuestos, que no “colaboran” con las autoridades –en ninguno de sus niveles- cuando las cosas salen mal. Pero no tienen problemas al exigir sus derechos de competencia y mercado como si lo hicieran.

Existe una distorsión pragmática en la gestión de las empresas que enarbolan la bandera de la Economía Colaborativa: fantasía consumada de los tecnócratas. La aceleración tecnológica permite el auge y rápido crecimiento de este sector. Así como los atractivos y facilidades fiscales que ofrecen; al gestarse –por regla general- como plataformas de conectividad y no de servicio. Es decir, no guardan una relación laboral hacia sus usuarios, su función responde a “facilitar” la naturaleza de un enlace entre partes interesadas. No responden directamente (ni de manera derivada) de las afectaciones que generan, del método unilateral que sigue la toma de sus decisiones, de la matrícula laboral y los usos que de sus registros de información realizan.

A decir de Tom Slee[8], “Las compañías de éxito en la Economía Colaborativa eluden el gasto de garantizar la seguridad. Afirman públicamente su compromiso al respecto y hacen algún gesto en ese sentido, pero también hacen todo lo posible por evitar las normativas (…) y se aseguran de no tener ninguna responsabilidad si las cosas se tuercen”. Bajo la proclama de silogismos estratégicos, adecuados de manera específica, y diseñados específicamente hacia un perfil psicológico para el usuario de Internet; se bombardea al mercado laboral inactivo; apelando a un bono demográfico en principio inutilizado. Sus campañas de contratación/incorporación pretenden contar con los proveedores necesarios a efectos de satisfacer la creciente demanda. La estrategia es sencilla: Primero se otorgan incentivos de alta participación a los miembros participantes para –posteriormente- dejarlos sin efectos de manera gradual, una vez ensartado el gancho, suele ser difícil que se presente un cambio en el usuario “contratado”.

Conocidas proclamas que van desde el “esquema de microempresario” hasta el “trabaja cuando lo decidas” y pasando por el clásico “se tu propio jefe”; frases sin sustancia, dedicadas a maquillar los efectos de un trabajo precario, inseguro y de bajos rendimientos.

Derribando Castillos: Un aire de verdad.

UBER, AirBnB, Lyft, Lending Club… Todas ellas son el sector más representativo de la Economía Colaborativa contemporánea; todas ellas han tenido disputas legales por malas prácticas… Al efecto de mantener la imparcialidad del lector es que ahora, en la recta final, se hace mención de quienes pretenden llevar a cabo –sin mucho éxito, desde mi opinión- las prácticas y valores que anteriormente se expusieron en el desarrollo del presente escrito.

Es digno de admirar –y de temer-, respecto de la doctrina consumista, su rapidez al momento de tergiversar los ideales; de transformar la esencia de los movimientos sociales, económicos, políticos… Al final del día, ¡todo se convierte en Objeto de Consumo! Siempre en busca de un rendimiento. La transición que ha seguido este modelo en la economía ha demostrado en una y otra ocasión la validación del refrán popular que afirma que “el infierno está lleno de buenas intenciones”. En función al éxito que obtiene la economía colaborativa de la gestión de recursos comunes podemos observar que, mientras el éxito de los mismos se mantenga (sin importar las malas prácticas que requiera para ello), el capital mantendrá su carácter de incentivo.

La gestión de la Economía Colaborativa parece haber ido más allá de los fundamentos que le dieron origen, adoptando el dogma de la antiselección –también selección adversa-; referido a “la posibilidad de que el agente disponga de información privilegiada al momento de celebrar un contrato”[9], existiendo sospecha acerca de las consecuencias que conlleva la instauración de tales modelos. Afectando así la confianza, pilar fundamental en el desarrollo de la Economía Colaborativa.

La tarifa dinámica, los alojamientos ilegalmente autorizados, la discriminación en el otorgamiento de préstamos; todas ellas, malas prácticas conocidas, carentes de moral. Si bien en alguna ocasión se expresó que “la economía no entiende de sentimentalismos”, no podemos ir por la misma zona gris en que las empresas de la Economía Colaborativa operan cínicamente para los efectos de eludir sus responsabilidades laborales, fiscales, en salubridad y de seguridad –entre tantas otras- ; la Economía como ciencia social debe responder al sentir de la moral generalizada. Las malas prácticas referidas tiene la misma percepción demonizada tanto en países de derecha como los centralistas (U.S.A., México, Reino Unido, etc.); el aumento de la zona gris, ante la explotación de mercado se traduce en una problemática a asuntos que antes eran benignos. Las afectaciones del micro se reflejan en lo macro; llamando urgentemente a la legislación para darle regulación; mostrando el fallo reiterado en la doctrina clásica capitalista del laissez faire.

Una vez más, el Capitalismo, en su forma más puramente darwiniana nos juega una mala pasada. Mediante la distorsión de principios, creados –por y hacia el colectivo- y fomentados en su carácter de común, que se vieron “ligeramente” transformados hacia una apariencia de fondo “más ejecutivo”, algo meramente “de trámite”. “Un pequeño ajuste por aquí” y “otro de tamaño mediano por allá”… Así es como la iniciativa de una colaboración comunitaria se ha demeritado en lo que hoy día pregonan las empresas referidas. Producto acabado del orgullo y codicia sin mesura de los inversores y la estrechez de miras que el sector tecnológico manifiesta; una lucha pendiente en su resolución desde 1990 que continúa generando victimarios: La Economía Colaborativa.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.

Bauman, Zygmunt. Amor Líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. 1ª ed., Fondo de Cultura Económica. México, 2005. 203 pp.

Bauman, Zugmunt. Daños colaterales: Desigualdades en la era global. 1ª ed., Fondo de Cultura Económica. México, 2011. 233 pp.

Bauman, Zygmunt. Vida de Consumo. 1ª ed., Fondo de Cultura Económica. México, 2007. 205 pp.

Campbell, Joseph. El Poder del Mito. 3ª ed., Ed. Capitán Swing. México, 2016. 304 pp.

Hardin, Garret. The Tragedy of Commons. Science. V. 162. Reino Unido, 1968. Pp. 1243-1248.

Russell, Bertrand. La Conquista de la Felicidad. 2ª ed., DeBols!llo. México, 2016. 207 pp.

Slee, Tom. Lo Tuyo es Mío. 1ª ed., Taurus. México, 2017. 270 pp.

Tirole, Jean. La Economía del Bien Común. 1ª ed., Taurus. México. 2017. 577 pp.

[1] BAUMAN, Zygmunt, Vida de Consumo. México, FCE, 2007. 205 pp.

[2] BAUMAN, Zygmunt.Daños Colaterales:Desigualdades sociales en la era global.México,FCE, 2011. Pp. 13-15.

[3] CAMPBELL, Joseph. El Poder del Mito. México, Capitán Swing, 2016.Pp. 27-31.

[4] BAUMAN, Z. Amor Líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. México, FCE, 2005. Pág. 14.

[5] Conviene resaltar al respecto que la Economía Colaborativa hace uso de los bienes comunes de carácter cultural, altamente atractivos, ante su inagotable consumo.

[6] “The Tragedy of Commons» en Science, v. 162 (1968), pp. 1243-1248. Traducción de Horacio Bonfil Sánchez. Gaceta Ecológica, núm. 37, Instituto Nacional de Ecología, México, 1995.

[7] RUSSELL, B. La Conquista de la Felicidad. México, DeBols!llo, 2016. Pág. 75.

[8] SLEE, T. Lo Tuyo es Mío. México, Taurus, 2017. Pág. 213.

[9] TIROLE, J. La Economía del Bien Común. México, Taurus, 2017. Pp. 130-132.

Éxito en la Liquidez: Una concepción de Consumo, por Caloca Heredia Miguel Ángel.

Éxito en la Liquidez: Una concepción de Consumo, por Caloca Heredia Miguel Ángel.

Desde las percepciones que llevan nuestro día a día, existen algunas que han dejado ya de guardar un carácter subjetivo; ante el impulso transcultural de un mundo que se esfuerza por resistir los embates de la globalización, encontramos concepciones cada vez más generalizadas, globales. Nuevos apotegmas de una sociedad dedicada al consumo, la subsistencia de éste último se enmarca en la implementación de nuevos ideales hacia el común colectivo.

No es de extrañar el auge de disciplinas anteriormente rezagadas: Mercadotecnia, Comunicación, etc. Incluso podemos contemplar de primera mano, un nuevo nicho de mercado que, ante la necesidad de una buena percepción global, ha dado en la creación del campo conocido como Imagología.

Un concepto asoma siempre en las grandes historias, desde los jóvenes CEO´s de modernas compañías hasta los brokers en manejo de inversiones; nos encontramos ante un nuevo panorama. Un profundo cambio en la concepción de nuestra forma de vida consumista amenaza con graves consecuencias, cuyas repercusiones más graves aún no hemos alcanzado, si acaso comenzamos a atisbar hacia el horizonte –cada vez más cercano- lo que nos espera.

El calentamiento global, la recesión económica y los incontables escándalos de corrupción, todos ligados íntimamente; la avaricia humana ya está tocando fondo. Pero, ¿qué es lo que impulsa esta avaricia? Esta carencia de ética o del más mínimo recato, una nueva concepción panorámica: El éxito viene con la liquidez.

Cuando William Davies afirmó que “el legado de los años sesenta es que más siempre es preferible a menos. Crecer es progresar[1], ya nos advertía al respecto: No importa lo que la persona quiera, desee o decida creer, ésta es una máxima contemporánea: Lo mejor es hacerse de la mayor cantidad posible, de lo que sea… Dinero, viajes, joyas, ropa, ningún ámbito comercializable escapa a esta máxima. La calidad queda rezagada ante la cantidad. Una concepción meramente utilitarista ayuda a engrosar los índices en desigualdad.

¿Cómo culpar a una cultura que así aplica un sistema que puede condenar en privado, pero nunca ante la vista de los demás? La cultura fachada nos tiene en condena. Vivimos un estado de “indefensión aprendida”, las personas solo buscan ajustarse a las normas sociales.

“Dime cuanto ganas y te diré con quién te juntas”

Los valores sociales imperantes han reflejado un claro cambio en su desarrollo y fundamentación, así lo corrobora Naomi Klein a través de una recopilación estadística realizada a las juventudes; reflejando que hacia 1966 de los universitarios estadounidenses en primer curso, solamente un 44% de ellos declaraba que ganar mucho dinero era una meta esencial, hacia 2013, tal cifra se había disparado hasta el 82%[2]

Resulta lógico cuando se observa el nivel de consumo que son capaces de manejar (que no pagar) los jóvenes, siguiendo la doctrina de lo ligero. Algo típico de las nuevas generaciones es ésta lógica de vida –promovida en forma agresiva con publicidad, propaganda y comercialización-, sus consecuencias son palpables: Las generaciones jóvenes no son conocidas por tener un hábito de ahorro[3]; es decir, no pueden pensar a futuro.

Carpe Diem… “Vive el momento”; esta es la ideología que prevalece en la juventud. Las consecuencias no son tangibles ni inmediatas, ¿para qué preocuparse entonces? Los jóvenes no ahorran, se dedican a consumir. Viajes, bebidas, electrónicos y ropa, estos cuatro componen por antonomasia el desglosado de compras de un “típico” adolescente, lo alarmante de ello es que tres de cuatro responden al carácter de gastos fungibles (de un solo uso). Solo la ropa se salva de tal categorización, aunque resulta diversa ésta apreciación cuando sabemos que en muchas ocasiones, se compra la ropa solo por ser de temporada.

El impulso social de consumo se traduce en una necesidad del individuo a responder para con la sociedad en estas cuestiones; se espera que una persona “solvente” sea capaz de salir en vacaciones una vez al año cuando menos, el rezago social para quienes no pueden darse tales “lujos” se traducen en confinamiento y separación de su mismo estrato, rechazo.

Es así que, en muchas ocasiones, se gasta solo por gastar, para mostrar que se puede responder a esta expectativa autogenerada. Ante la ausencia de gastos planificados, el ahorro se subyuga al impulso. ¿No es típico observar que las personas corren presa de las ofertas y rebajas? La ironía de ello radica en que, las personas piensan que están ahorrando, y sin embargo, se  podría decir que solo están “gastando barato”.

Nos encontramos ante un “capitalismo de seducción”[4] que desmantela los impulsos de pensamiento, cada vez existe un menor índice de “tiempo cerebral” disponible en contenidos, que son eventual y progresivamente reemplazados en el mercado por programas que fomentan la estupidez. Los productos basura guardan una relación comercial de primera mano, mientras que el trabajo de calidad debe hacerse su propio nombre a lastres y trompicones.

Bauman, al respecto nos dice que “… el síndrome consumista ha degradado la duración y jerarquizado la transitoriedad, elevado lo novedoso por encima de lo perdurable”[5]; lo efímero es lo de hoy. Así, las amistades, las relaciones y los afectos, se caracterizan cada vez más en una generación carente de compromiso. Los grupos sociales se integran por afinidades consumistas, lugares en común, códigos de vestimenta similares. Aquí encontramos un mecanismo de autoridad en el consumismo, los accesorios cuentan, a cada centavo.

Ricardo Raphael lo hace tangible, al escribir que “no sólo se trata de la capacidad de pago… sino del lugar que (se) ocupa en la sociedad”[6]. Las tarjetas de crédito diferenciadas, la cantidad de dinero que se permite gastar, todo influye al momento  de concertar las relaciones humanas, perpetuando (y discriminando) –sea indirectamente- un sistema de desigualdades.

Consumo de Conceptos: Un Nuevo Mercado.

Estas desigualdades han resultado ser un campo de potenciación al concepto capitalista de utilidad. Presa de nuestro propio ego, el Mercado se adapta a nuestra codicia, después de todo… “Sabemos en donde queremos terminar: El éxito. Queremos importar. El dinero y el reconocimiento y la reputación también son algo deseable. Queremos Todo.”[7]

¿Qué es Todo?; o más bien, ¿qué los lo es todo para el ser humano? Aquí nos encontramos con una caracterización conceptual, de lo que cada persona busca en su vida. Ante un estado de capitalismo sumamente agresivo, ha comenzado a llenarse el aire de interrogantes conceptuales. ¿Puede comprarse la Felicidad, el Poder, el Amor o el Éxito?… Parece ser que sí… O al menos, podemos intentar hacerlo (si tenemos el dinero para ello).

No bastando los beneficios fiscales, la implementación universal del crédito, las subvenciones estatales fomentando el “crecimiento” económico; un nuevo concepto está en boga. Merced de la egolatría del ser humano, y en reconocimiento a su innecesaria obsesión hacia la individualización de su imagen: El estatus. Las grandes marcas hoy día, no se dedican per sé a la venta de un producto o servicio, sino al estándar personalizado del mismo producto.

En una analogía pragmática al concepto de escasez más puro de David Ricardo, se prueba –aún hoy día- su vigencia, confirmando que el neoliberalismo es poco más que una repetición de la escuela clásica capitalista. Lo escaso debe tener un mayor valor, es así que la industria de los diamantes manipula su propia oferta, alterando los precios de dicho mineral. Pero el concepto de “estatus” ya ha echado raíz en todas las escalas de la sociedad, marcas que llevan “prestigio” a quien las usa (radicado en su escasez adquisitiva), la industria por antonomasia a la aplicación de este concepto es –desde luego-, la industria de la moda.

La emancipación prometida por los productos de consumo es inexistente: Un vestido no te hará ver más delgada, de la misma manera que un carro no significa poder. Pero la concepción social no se ve capaz de admitirlo, antes prefiere negarlo. En el imaginario colectivo, las personas felices, plenas, exitosas… deben tener dinero, una casa en la playa, un carro del año, el último grito de la moda al vestir; cuestiones de mera apariencia unifican criterios subjetivos para darles un carácter de “real”. “Qué difícil es conseguir que un hombre comprenda algo cuando su sueldo depende de que no lo comprenda”[8]; de una manera tanto similar, existe un profundo arraigo en las concepciones culturales de una sociedad globalizada.

La vida del consumidor está destinada a ser “una sucesión infinita de ensayos y errores. Son vidas de experimentación continúa, aunque sin la esperanza de que un experimentum gracis pueda guiar esas exploraciones hacia una tierra de certezas más o menos confiables”[9]; todo se trata de variables, pero existen pocas constantes. Éste es el último pago del consumismo y su ideología.

Consumismo: Alcances y Consecuencias.

El consumismo guarda graves consecuencias al desarrollo de nuestra sociedad, más aun ante el impulso transcultural que alienta la causa misma de este efecto (la globalización). Causa ó consecuencia, el consumismo ha reducido notablemente los márgenes de tolerancia, importa más el impulso de inmediatez en la satisfacción que el objeto deseado por sí mismo. El lapso existente entre el nacimiento de un deseo y su desaparición, da una sensación de inservibles a los impulsos satisfechos –y los esfuerzos para conseguirlo-, un rechazo total a la producción antes conocida. Apenas se satisface un deseo, ya hemos encontrado otro que –así pensamos- requiere nuestra adquisición para ser “más” felices, plenos, reconocidos…

De esta manera entramos a un pozo sin fondo. Adquirir es una muestra de poder, una tarjeta de presentación sine qua non el estatus no se ratifica. El músculo adquisitivo es la más eficaz de las tácticas, la muestra deliberada de un derroche de fuerza; en una época en que el dinero significa poder, el ser humano es -maleable- al tráfico de influencias, al soborno y la avaricia. Una eterna espiral de decadencia se cierne en los estratos sociales (más) olvidados.

El creciente ritmo de producción que demanda una sociedad de consumo –tan caracterizada por sus derroches- se traduce en una afectación que trasciende el ámbito ideológico, tocando la tendencia ambiental y su cuidado. La producción de bienes y servicios, la explosión tecnológica y el increíble ritmo de competencias cambiantes que exige el Mercado para mantener su funcionamiento y –con éste- el de un intrincado sistema económico, se traduce en un malestar ambiental. Y, ¿por qué no? Un malestar social. No ha pasado desapercibido que la desigualdad económica cada vez alcanza disparidades mayores, como Pikkety nos hace ver al decirnos que estos índices –de desigualdad- son equiparables (en muchas naciones del mundo) a las de la Revolución Francesa[10].

El capitalismo requiere renovarse, pero solo lo intenta parcialmente -por debajo de sus requerimientos-. El ciclo de producción y crecimiento que anteriormente se vio en todo el mundo, conocido en varios lugares como “Los Gloriosos Treinta”, o su equiparable nacional “El Milagro Mexicano” (también conocida como “Edad de Oro del Capitalismo”), que comprendió desde la década de 1940 a 1970; ha demostrado ser un ciclo atípico del capitalismo clásico. Tales márgenes de crecimiento -y su expectativa- no son solamente dañinos para las economías, sino también para el planeta. Ante una inflación arraigada, surgen términos como “estanflación”; en un intento por disfrazar el declive económico del progreso y la deriva neoliberal, consecuencia de una discrecional aplicación de medidas poco menos que conscientes. ¿Sus principales promotores? El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, sin dejar pasar su mención –también destacada- a la Organización Mundial del Comercio, agentes de la globalización.

Otro de los efectos más grandes –aunque menos vistos- que ha tenido la doctrina consumista se refleja en la realidad social. Ante la inserción agresiva de las nuevas tecnologías, ha sucumbido el ser humano en varias de sus capacidades intelectuales, como son la síntesis, el entendimiento y la obtención (búsqueda) de información. Llegando a la realización de un temor distópico -ficticio-, que Aldous Huxley expresaba con claridad[11].

Tenemos una nueva cultura de viralidad, donde el mundo –a través de las redes sociales- fácilmente olvida, ni bien ha comenzado un evento viral, ya se encuentran los internautas pendientes del siguiente fenómeno risible. Ante la inmensa cantidad de información, podemos ver lo efímero de su adquisición. Todo se encuentra al alcance de la mano en una consulta al celular, en razón de ello, contamos con individuos más dependientes, menos preparados y con una tendencia conformista, es tal el fenómeno de información existente que nos hemos visto reducidos a la pasividad y el egotismo.

Una cultura de consumo, es una cultura que busca mantener al “yo” por encima de los demás. Un sentido de “especialidad” que raya en el hedonismo, la única manera para diferenciarnos unos de otros se traduce en lo hondo que tenga cada quien sus bolsillos. No es de extrañar el rezago cultural (alarmantemente en ascenso) que observamos diario, #LadyWuu, “Los XV´s de Rubí” y “La Mars”, todos ellos fenómenos virales, condena y caracterización de una sociedad efímera, personajes elevados a un rango publicitario sin precedentes. ¿Su mayor logro? Entretener un momento. Así de efímero es la doctrina consumista, la fama no dura más allá que un pequeño instante.

Una concepción temporal puntillista ha remplazado el flujo de tiempo en el que creíamos y trabajamos, en este punto tenemos la posibilidad de serlo -absolutamente- todo, pero es tan efímero el momento y la oportunidad, que irremediablemente en la mayoría de los casos, se termina siendo nada. El abstencionismo político al por mayor, la apatía social se ha vuelto en un estandarte. Al final de las increíbles promesas que el sistema consumista nos ha realizado, eso es lo que queda: Un cementerio de puntos sin nada realizado, y con grandes deudas de por medio (bendito el crédito para la institución bancaria y sus utilidades).

Es así, como se perpetúa agresivamente la desigualdad social, mientras que los ricos (dueños de bancos y marcas de prestigio) se empeñan en una campaña de consumo –de sus productos y servicios-; bajo la nueva idea del “estatus” los pobres se condenan a una vida sumidos en deudas, buscando aparentar –ante la sociedad- tener una vida de ricos. El último escalón de la tendencia consumista radica en la “cosificación” de la calidad humana, no nos encontramos demasiado lejanos a esa realidad. Las políticas migratorias, enmarcan –cada vez con mayor insistencia- un sentido menos humano y más utilitarista, lo mismo que las cuestiones laborales, y en última instancia, las relaciones personales. Donde no se ve como tal, el objetivo de la relación en un mutuo entendimiento, sino en la obtención de un rendimiento (en cualquier forma: placer, dinero, atención, etc.) a costa de la pareja…

El panorama no es alentador en lo más mínimo. Sin embargo, debemos comenzar la ardua tarea de cambiarlo desde nuestra concepción individual, un enfoque consumista  del éxito, no se traduce solo en una cuestión ilógica, sino en una garantía de infelicidad. Comenzar a frenar este enfoque es un paso importante hacia la obtención de una nueva concepción –una real-, y de una sociedad menos pasiva y ególatra. El tiempo se agota, y es nuestro turno de mover…

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

  • Bauman, Zygmunt. Vida de Consumo. 1ª ed., FCE, México, 2007. 205 pp.
  • Davies, Williams. La Industria de la Felicidad. 1ª ed., MALPASO, México, 2016. 321 pp.
  • DORAN & ZIMMERMAN, Examining the Scientific Consensus on Climate Change. Berkeley, University of California Press. 23 pp.
  • Holiday, Ryan. Ego is the Enemy. 1ª ed., Portfolio/Penguin, USA, 2016. 226 pp.
  • Huxley, Aldous. Un Mundo Feliz. 7ª ed., Porrúa, México, 1932. 222 pp.
  • Klein, Naomi. Esto lo cambia todo. 1ª ed., Paidós, México, 2014. 703 pp.
  • Lipovetsky, Gilles. De la Ligereza. 1ª ed., ANAGRAMA, México, 2016. 339 pp.
  • Piketty, Thomas. El capital en el siglo XXI. 2ª ed., FCE, México, 2015. 557 pp.
  • Raphael, Ricardo. Mirreynato: La Otra Desigualdad. 1a ed., Booket, México, 304 pp.

REFERENCIAS ELECTRÓNICAS:

[1] DAVIES, W. La industria de la felicidad. México, Malpaso, 2015. Pp.170-171.

[2] KLEIN, N. Esto lo cambia todo. México, Paidós, 2015. Pág. 84.

[3]Consultado en http://www.milenio.com/negocios/ahorro_para_retiro-jovenes-mexico-finx-afore-cuantos_jovenes_ahorran-milenio_0_965303706.html el 30/07/17.

[4] LIPOVETSKY, G. De la ligereza. México, ANAGRAMA, 2016. Pp. 42-44.

[5] BAUMAN, Z. Vida de Consumo. México, FCE, 2007. Pág. 119.

[6] RAPHAEL, R.  Mirreynato: La Otra Desigualdad. México, Booket, 2014. Pág. 51.

[7] HOLIDAY, R. Ego is the Enemy. United States of America, Portfolio/Penguin, 2016. Pág. 85.

[8] DORAN & ZIMMERMAN, Examining the Scientific Consensus on Climate Change. Berkeley, University of California Press. Pág. 16-18.

[9] BAUMAN, Z. Op. Cit. Pág. 121.

[10] PIKETTY, T. El capitalismo en el siglo XXI. México, FCE, 2015. Pp. 296-303.

[11] HOUXLEY, A. Un Mundo Feliz. México, Porrúa, 1932.

Los transgénicos como herramienta fundamental para solventar la diferencia en la disparidad población/consumo planteada por Malthus.-Miguel Ángel Caloca Heredia

Los transgénicos como herramienta fundamental para solventar la diferencia en la disparidad población/consumo planteada por Malthus.

Por Miguel Ángel Caloca Heredia.

1.- La amenaza de la sobrepoblación en diversas perspectivas económicas.

Una de las cualidades del ser humano que le genera mayor preocupación, es su inalienable capacidad de consumir[1]. En el año de 1798, esta preocupación se hacía vigente en la publicación de Thomas Malthus: Ensayo sobre el principio de la población; considerada junto a La Riqueza de las Naciones (1776) de Adam Smith y Principios de economía política y tributación (1817) de David Ricardo, como una de las obras fundamentales de la economía clásica.

El contexto que dió lugar a las previsiones malthusianas fue el siguiente: Hacia el año de 1700, Francia era el país europeo de mayor población, rondando los 20 millones de habitantes; presentó un crecimiento sostenido a lo largo del siglo XVIII. Llegando a tener, hacia 1780, una población cercana a los 30 millones de habitantes; las condiciones de vida eran precarias y el descontento social era latente en la población, quedando plasmado así en la obra Voyage en France pendant les années 1787-1789 (Viaje en Francia entre los años 1787-1789) de Arthur Young (agrónomo), relato donde describía las condiciones de vida  en el campo y de los sirvientes en general. Sin embargo, la inclusiónde éste relato solamente atiende a que se conozca un panorama de la Francia del siglo XVII. No resultando adecuado para un análisis, por encontrarse plagado de prejuicios nacionalistas y comparaciones engañosas.

Sirviéndose de este contexto, Malthus realiza en su ensayo una conclusión de tintes radicales (en aquel momento, cuando menos): La principal amenaza al desarrollo humano, es la sobrepoblación[2]. A pesar de no haber contado con muchas fuentes, Malthus las utilizó de la mejor manera posible, reflejando un postulado objetivo -conocido como la Catástrofe Malthusiana-, el cual enuncia lo siguiente: “La población crece de forma geométrica, mientras que la producción de alimentos (recursos) aumenta de forma aritmética”[3].

Figura 1: Podemos observar el desarrollo de ambas variables (población, recursos) en los respectivos ejes, donde el eje “X” es igual al Tiempo, y el eje “Y” equivale a la cantidad. Observamos que gradualmente, la diferencia entre la población y los recursos consumibles se va reduciendo hasta verse claramente rebasados los recursos respecto de la población. El momento en el que ambas variables convergen se conoce como “Catástrofe Malthusiana”.

Podemos observar en la Figura 1, que los recursos son finitos. Aquí es donde convergen, la teoría malthusiana y la Tragedia de los Comunes enunciada por Garret Hardin; quien aborda también el “problema poblacional”, ubicándolo -de manera acertada- dentro del rango de los “problemas sin solución técnica”. A decir de Hardin, la Tragedia de los Comunes, bien puede representarse de la siguiente manera: En un rebaño (mundo finito) en que los pastores alimentan su ganado; la solución racional (y sensata) de cada pastor será añadir un animal tras otro a su rebaño, maximizando sus ganancias. En razón de que, la adhesión de la vaca a su rebaño, representa un aumento equivalente a una unidad (+1) en su patrimonio, mientras que el detrimento que sufra el lugar en que pace el rebaño, será subsanado -o cuando menos dividido- entre los demás pastores; siendo solamente una fracción (- 1/x) en contraste de la unidad de aprovechamiento obtenida. Finalmente, el problema radica en que esa es la conclusión a que llegan todos los pastores que comparten sus recursos comunes, llegando al punto en que no resulta sostenible este modelo.

Claramente, esta es una adecuada analogía de los tiempos presentes, donde el “pastizal” (mundo) en que los pastores (naciones) llevaban a “pastar” (consumir) a su respectiva población se ha visto ampliamente rebasado en su consumo. El planeta se encuentra en una grave situación, son frecuentes las noticias mencionando una nueva especie en peligro de extinción. A este enfoque-y solo como mención pertinente, resulta adecuada la concepción que guarda Elinor Ostrom al proponer junto a Schlager, una distinción en cinco formas de ejercer el derecho de propiedad en lo referente a recursos comunes: Acceso, extracción, manejo, exclusión y alienación.[4]

Sin embargo, ello solo compete de manera tangencial al presente trabajo, toda vez que se vuelve latente la preocupación por una mejor administración de los recursos, tema que ya ocupaba a David Ricardo, quien afirmaba dentro de su principio de escasez, lo siguiente: “Desde el momento en que el incremento de la población y la producción se prolonga de modo duradero, la tierra tiende a volverse cada vez más escasa en comparación con otros bienes”[5].

Observamos que, desde los comienzos de la economía clásica existía ya una preocupación hacia la sobrepoblación; no es una coincidencia que Garret Hardin retome las ideas malthusianas: Una de las conclusiones a que llega Hardin, es la siguiente “Un mundo finito puede sostener solamente a una población finita; por lo tanto, el crecimiento poblacional debe eventualmente igualar a cero[6]”, indicándonos que el único mecanismo para evitar semejantes excesos y deterioros es el control natal (en Malthus) y el crecimiento poblacional igual a cero en Hardin.

2.- Los productos transgénicos como alternativo, no solución.

A pesar de que se conozca la solución idónea, no resulta viable su realización; debido a que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano enuncia, en su artículo 16º lo siguiente: “Los hombre y mujeres, a partir de la edad núbil tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia…”, aquí encontramos una clara limitación al respecto de la solución planteada en lo que a natalidad se refiere, traduciéndose en una imposibilidad jurídica: El derecho a  la reproducción humana. Anteriormente China había restringido dicho derecho, con su controvertida política del “hijo único”. No obstante, hacia el año 2013 se “relajó” esta ley -al permitir tener más de un hijo a las parejas en que alguno de los progenitores ya fuera hijo único- para, en 2015, finalmente verse anulada, significando que ahora todas las parejas chinas podrán tener hasta dos descendientes.[7]

De dicha imposibilidad (al control natal) se deduce la intensiva búsqueda de otra alternativa para sostener el actual ritmo de consumo; y, para tales efectos -de satisfacción- comenzaron a correr los engranes de la tecnología. ¿Su misión? Estirar en la mayor manera posible la brecha de los recursos, antes del punto de rompimiento enmarcado dentro de la “Catástrofe Malthusiana”. En este orden de ideas surgió la biotecnología como rama de la Ciencia.

Aquí comienza la elaboración de los alimentos transgénicos, cuya función primordial es la de evitar el proceso de selección natural, sustituyéndolo por uno de selección artificial; resultando (idealmente) en un producto con mayores beneficios que su homónimo natural. La biotecnología se remonta a la ingeniería genética, comenzó en 1909 con la primer fusión de protoplastos (membranas celulares); siendo hasta 1983 que se produjo la primera planta transgénica. Hacia el año de 1994 se aprobó -por primera ocasión- la comercialización de un alimento modificado genéticamente, se trataba de los tomates “Flavr Savr”, cuyo atractivo era durar más tiempo maduros, así como tener una mayor resistencia. Sin embargo, en 1996 el producto tuvo un revés inesperado, ya que presentaba piel blanda, un sabor extraño y cambios en su composición.

Así comenzó la inserción del concepto “Organismo Genéticamente Modificado” a la concepción general (social). Respecto de ello, ya la OMS anunciaba lo siguiente hacia el año 2002:

“Los diferentes OGM (Organismos Genéticamente Modificados) incluyen genes diferentes insertados en formas diferentes. Esto significa que cada alimento GM (Genéticamente Modificado) y su inocuidad deben ser evaluados individualmente[…] Los alimentos GM actualmente disponibles en el mercado internacional han pasado las evaluaciones de riesgo […] ,no se han demostrado efectos sobre la salud humana como resultado del consumo de dichos alimentos por la población general […]El uso continuo de evaluaciones  de riesgo según los principios del Codex y, donde corresponda, incluyendo el monitoreo post-comercialización, debe formar la base para evaluar la inocuidad de los alimentos GM.”[8]

De manera progresiva, la inserción de los OGM al mercado, presentó un nuevo panorama. Su primera consecuencia, fue la comprobación de los planteamientos realizados por Malthus: Los recursos naturales ya no eran suficientes, por lo cual -a través del uso de ingeniería genética- habría que acelerar su desarrollo, optimizar los tiempos de producción  y fomentar su consumo. Lo finito del mundo dejó de ser una ilusión y pasó a convertirse en una realidad contemporánea.

El cambio climático se volvió tangible y, como era de esperarse, los productos agrícolas no pudieron responder al súbito cambio en sus condiciones de cultivo; dando paso a los OGM. Aunque se pudiera argumentar que -en la mayoría de las ocasiones- el ser humano no consume los OGM, pues estos se destinan principalmente a la ingesta de animales (aquí existe un consumo indirecto); los OGM se encuentran en varios de los alimentos procesados que consumimos de manera cotidiana: las galletas, la margarina y el aceite, entre otros.

A pesar de que los transgénicos tengan presente una seria oposición dentro de los propios consumidores, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) indica con respecto a los transgénicos -cuya finalidad es la alimentación humana- lo siguiente:

“ […] los países en los que se han introducido cultivos transgénicos en los campos no han observado daños notables para la salud o el medio ambiente. Además, los granjeros usaron menos pesticidas o pesticidas menos tóxicos, reduciendo así la contaminación de los suministros de agua y los daños sobre la salud de los trabajadores”[9]

En similar tenor, pero en lo correspondiente a la producción de animales para satisfacer la ingesta de carne; surgieron métodos alternativos (artificiales) a los naturales. Entre ellos destaca, el dela inserción de hormonas a los animales, buscando acelerar el crecimiento de estos, o bien potencializar su engorda para un mayor consumo. Esto debido al constante incremento en la demanda existente por parte de los consumidores, tanto en calidad como en cantidad. Buscando evadir así el apotegma malthusiano: Lo insostenible de la velocidad de consumo en relación a la de producción.

La urgencia con que se busca compensar dicho crecimiento en el consumo, se traduce en una desesperada búsqueda de las industrias productoras de alimento. Pudiendo observar esta urgencia en la recurrente inversión de inmensas cantidades de capital que esta industria destina a las mejoras genéticas, los adelantos tecnológicos y farmacológicos que han consigan hacer más eficiente la producción.

La industria del consumo de la carne, tiene un amplio mercado; y menos dificultades que la de la agricultura, pues esta última debe enfrentarse a diversas cuestiones, yendo desde las plagas hasta sequías e inundaciones, o demás efectos causados por el cambio climático. En tanto que, el producto animal, es tanto más rentable, pues no existe un gran riesgo de pérdida por parte del criador de bovinos; como si lo hay en una cosecha al ser plantada. Igualmente, solo de manera extraordinaria presentan los animales una epidemia, que bien podría ser considerado el equivalente por analogía de las plagas, más no por su constancia.

Aun así, la industria de la carne y su producción para ingesta y consumo humano, se comienza a ver rebasada. El ritmo de consumo supera ampliamente al de la producción alimenticia, los recursos no tienen el tiempo necesario para restaurarse, existe un grave desequilibrio en virtud de ello. A decir de Malthus, la progresión humana comienza a rebasar silenciosamente a la progresión en cuanto a producción de recursos[10].

Conviene hacer notar, a este respecto, que diversos métodos de los utilizados por ambas industrias (agropecuaria y ganadera) son ampliamente cuestionados y encuentran una abierta oposición en el sector de consumo, oposición cuyos argumentos se fundan en el carácter económico primordialmente, aduciendo que las empresas productoras de OGM (transgénicos) pretenden solamente la obtención de un rendimiento desmedido. Sin antes considerar, dentro de sus postulados, el ritmo de consumo al que ellos mismos contribuyen de manera cotidiana.

3.-Conclusiones.

Hemos podido observa que desde su comienzo, la economía tenía una clara preocupación en lo que -como ciencia- pudiera aportar a la resolución de los problemas ya mencionados. Es decir, dichos problemas no han obtenido (aún) una resolución satisfactoria.

Podemos contemplar supuestos de vital importancia en lo que concierne a la producción efectiva de recursos, en su aspecto rentable y de confianza hacia los productores de transgénicos, en palabras de Piketty: “a menudo, el valor de mercado de una compañía depende de su reputación y de la de sus marcas[…] de las inversiones realizadas para incrementar la visibilidad y el atractivo de sus productos…”[11] A los transgénicos les corresponde ganarse su “legítimo” lugar en el Mercado, dicho pues, la aceptación general de su consumo, traducido en una mayor inversión y fomento de los OGM.

Retomando la conclusión de Malthus, bastante similar a la de Hardin y convergente al trabajo de Ostrom, podemos concluir que los transgénicos surgieron, como una alternativa “adecuada” al planteamiento del problema poblacional. Sin embargo, no se trata ni de cerca de una solución, acaso sea un mecanismo de suplencia, el cual comienza a verse como insuficiente en lo que a la producción de insumos para su consumo se refiere.

El verdadero cuestionamiento no se encuentra en los planteamientos de una cuestión poblacional, sino que trasciende de este ámbito. A pesar de que el consumo de los recursos nos atañe a todos, al ser una necesidad vital del ser humano. Este consumo es consecuencia de una errónea ideología en lo concerniente al Libre Mercado. Ello, ya lo afirma categóricamente el conocido economista Joseph Stiglitz en su libro El Malestar en la Globalización: “El descontento con la globalización no surge sólo de la aparente primacía de la economía sobre todo lo demás, sino del predominio de una visión concreta de la economía -el fundamentalismo del mercado- sobre todas las demás visiones.”[12]; éste carácter imperativo de la economía ante todo, es lo que lleva a la “sensatez” de la solución que cada pastor toma al seguir añadiendo un animal tras otro al rebaño.

Debemos darnos cuenta de lo finito que es nuestro mundo. Asimismo, regular el consumo, pues a pesar de que los transgénicos hayan sido una alternativa viable para enfrentar el problema de una posible “insolvencia material de consumo” en lo que a recursos naturales se refiere, jamás los podrán suplir; por lo que no son -ni serán- la solución. Conviene realizar una reflexión de lo leído y preguntar: ¿Cuánto tiempo más podremos ser parte activa en lo insostenible de este sistema consumista? Es decir, debemos hacer consciencia y cambiar (hacer eficientes) nuestros hábitos de consumo, antes que nos alcance la Catástrofe Malthusiana, cuya sombra ya se encuentra oscureciendo el panorama presente.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

BAUMAN, Zygmunt. Vida de Consumo. 1ª ed., México, Fondo de Cultura Económica,2016. 205 pp.

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MALTHUS, Thomas R.Ensayo sobre el principio de la población. 32ª ed., Argentina, Editorial CLARIDAD, 2007. 192 pp.

PIKETTY, Thomas. El Capital en el Siglo XXI. 2ª ed., México, Fondo de Cultura Económica, 2015. 657 pp.

RICARDO, David. Principios de Economía Política y Tributación. 47ª ed., Madrid, Editorial PIRÁMIDE, 2003. 356 pp.

SCHLAGER E. & OSTROM, Elinor. PropertyRightsRegimes and Natural Resources: A Conceptual Analysis. 1ª ed., UnitedStates of America, LandEconomics, 1992. 262 pp.

STIGLITZ, Joseph E. El malestar en la globalización. 1ª ed., De Bols!llo, 2016. 447 pp.

BIBLIOGRAFÍA EN LÍNEA:

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FAO, El Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación. FAO, Roma, 2004, http://biblioteca2012.hegoa.efaber.net/system/ebooks/14035/original/Estado_Mundial_de_la_Agricultura_y_Alimentacion_2003.2004.pdf[consulta: 23 de noviembre, 2016]

OMS, 20 Preguntas sobre los alimentos genéticamente modificados (GM). OMS, 15 octubre de 2002, http://conacyt.gob.mx/cibiogem/images/cibiogem/comunicacion/divulgacion/20questions_es.pdf[consulta: 23 de noviembre, 2016]

IMÁGENES:

FIGURA 1 obtenida en: http://cienciasdejoseleg.blogspot.mx/2014/02/la-catastrofe-malthusiana.html

 

 

[1] BAUAMN, Z. (2016)Vida de Consumo. Fondo de Cultura Económica. pp. 43-44.

[2] MALTHUS, T. (2007)Ensayo sobre el principio de la población. CLARIDAD. pp. 162-164.

[3]Ibid., p. 47.

[4] SCHLAGER, E. y OSTROM, E. (1992)PropertyRightRegimes and Natural Resources: A Conceptual Analysis,LandEconomics, 249-262.

[5]RICARDO, D. (2003)Principios de Economía Política y Tributación, PIRÁMIDE, 56-58 pp.

[6] HARDIN, G. (1968)TheTragedy of Commons, Science, v. 162, pág. 1244. pp. 1243-1248.

[7]ARANA, I. China pone fin a la política del “hijo único” EL MUNDO, 29/10/2015, visto en http://www.elmundo.es/internacional/2015/10/29/5631febf46163f27348b4645.html

[8]OMS, 20 preguntas sobre los alimentos genéticamente modificados. 15/10/2002, visto en http://conacyt.gob.mx/cibiogem/images/cibiogem/comunicacion/divulgacion/20questions_es.pdf

[9]FAO. (2004)El Estado Mundial de la Agricultura y la Alimentación, pp. 84-86.

[10] En consideración del autor del presente ensayo, dicha progresión ya se ha visto rebasada, en virtud de los puntos anteriormente expuestos. Y sin tomar en cuenta, la escasa o nula participación que del Mercado de Consumo toman las poblaciones pobres, factor a considerar al tenor de los Objetivos del Milenio.

[11] PIKETTY, T. (2015)El Capital en el Siglo XXI.Fondo de Cultura Económica,pág. 63.

[12]Stiglitz, J. (2016)El malestar en la globalización, pág. 385.