Éxito en la Liquidez: Una concepción de Consumo, por Caloca Heredia Miguel Ángel.

Éxito en la Liquidez: Una concepción de Consumo, por Caloca Heredia Miguel Ángel.

Desde las percepciones que llevan nuestro día a día, existen algunas que han dejado ya de guardar un carácter subjetivo; ante el impulso transcultural de un mundo que se esfuerza por resistir los embates de la globalización, encontramos concepciones cada vez más generalizadas, globales. Nuevos apotegmas de una sociedad dedicada al consumo, la subsistencia de éste último se enmarca en la implementación de nuevos ideales hacia el común colectivo.

No es de extrañar el auge de disciplinas anteriormente rezagadas: Mercadotecnia, Comunicación, etc. Incluso podemos contemplar de primera mano, un nuevo nicho de mercado que, ante la necesidad de una buena percepción global, ha dado en la creación del campo conocido como Imagología.

Un concepto asoma siempre en las grandes historias, desde los jóvenes CEO´s de modernas compañías hasta los brokers en manejo de inversiones; nos encontramos ante un nuevo panorama. Un profundo cambio en la concepción de nuestra forma de vida consumista amenaza con graves consecuencias, cuyas repercusiones más graves aún no hemos alcanzado, si acaso comenzamos a atisbar hacia el horizonte –cada vez más cercano- lo que nos espera.

El calentamiento global, la recesión económica y los incontables escándalos de corrupción, todos ligados íntimamente; la avaricia humana ya está tocando fondo. Pero, ¿qué es lo que impulsa esta avaricia? Esta carencia de ética o del más mínimo recato, una nueva concepción panorámica: El éxito viene con la liquidez.

Cuando William Davies afirmó que “el legado de los años sesenta es que más siempre es preferible a menos. Crecer es progresar[1], ya nos advertía al respecto: No importa lo que la persona quiera, desee o decida creer, ésta es una máxima contemporánea: Lo mejor es hacerse de la mayor cantidad posible, de lo que sea… Dinero, viajes, joyas, ropa, ningún ámbito comercializable escapa a esta máxima. La calidad queda rezagada ante la cantidad. Una concepción meramente utilitarista ayuda a engrosar los índices en desigualdad.

¿Cómo culpar a una cultura que así aplica un sistema que puede condenar en privado, pero nunca ante la vista de los demás? La cultura fachada nos tiene en condena. Vivimos un estado de “indefensión aprendida”, las personas solo buscan ajustarse a las normas sociales.

“Dime cuanto ganas y te diré con quién te juntas”

Los valores sociales imperantes han reflejado un claro cambio en su desarrollo y fundamentación, así lo corrobora Naomi Klein a través de una recopilación estadística realizada a las juventudes; reflejando que hacia 1966 de los universitarios estadounidenses en primer curso, solamente un 44% de ellos declaraba que ganar mucho dinero era una meta esencial, hacia 2013, tal cifra se había disparado hasta el 82%[2]

Resulta lógico cuando se observa el nivel de consumo que son capaces de manejar (que no pagar) los jóvenes, siguiendo la doctrina de lo ligero. Algo típico de las nuevas generaciones es ésta lógica de vida –promovida en forma agresiva con publicidad, propaganda y comercialización-, sus consecuencias son palpables: Las generaciones jóvenes no son conocidas por tener un hábito de ahorro[3]; es decir, no pueden pensar a futuro.

Carpe Diem… “Vive el momento”; esta es la ideología que prevalece en la juventud. Las consecuencias no son tangibles ni inmediatas, ¿para qué preocuparse entonces? Los jóvenes no ahorran, se dedican a consumir. Viajes, bebidas, electrónicos y ropa, estos cuatro componen por antonomasia el desglosado de compras de un “típico” adolescente, lo alarmante de ello es que tres de cuatro responden al carácter de gastos fungibles (de un solo uso). Solo la ropa se salva de tal categorización, aunque resulta diversa ésta apreciación cuando sabemos que en muchas ocasiones, se compra la ropa solo por ser de temporada.

El impulso social de consumo se traduce en una necesidad del individuo a responder para con la sociedad en estas cuestiones; se espera que una persona “solvente” sea capaz de salir en vacaciones una vez al año cuando menos, el rezago social para quienes no pueden darse tales “lujos” se traducen en confinamiento y separación de su mismo estrato, rechazo.

Es así que, en muchas ocasiones, se gasta solo por gastar, para mostrar que se puede responder a esta expectativa autogenerada. Ante la ausencia de gastos planificados, el ahorro se subyuga al impulso. ¿No es típico observar que las personas corren presa de las ofertas y rebajas? La ironía de ello radica en que, las personas piensan que están ahorrando, y sin embargo, se  podría decir que solo están “gastando barato”.

Nos encontramos ante un “capitalismo de seducción”[4] que desmantela los impulsos de pensamiento, cada vez existe un menor índice de “tiempo cerebral” disponible en contenidos, que son eventual y progresivamente reemplazados en el mercado por programas que fomentan la estupidez. Los productos basura guardan una relación comercial de primera mano, mientras que el trabajo de calidad debe hacerse su propio nombre a lastres y trompicones.

Bauman, al respecto nos dice que “… el síndrome consumista ha degradado la duración y jerarquizado la transitoriedad, elevado lo novedoso por encima de lo perdurable”[5]; lo efímero es lo de hoy. Así, las amistades, las relaciones y los afectos, se caracterizan cada vez más en una generación carente de compromiso. Los grupos sociales se integran por afinidades consumistas, lugares en común, códigos de vestimenta similares. Aquí encontramos un mecanismo de autoridad en el consumismo, los accesorios cuentan, a cada centavo.

Ricardo Raphael lo hace tangible, al escribir que “no sólo se trata de la capacidad de pago… sino del lugar que (se) ocupa en la sociedad”[6]. Las tarjetas de crédito diferenciadas, la cantidad de dinero que se permite gastar, todo influye al momento  de concertar las relaciones humanas, perpetuando (y discriminando) –sea indirectamente- un sistema de desigualdades.

Consumo de Conceptos: Un Nuevo Mercado.

Estas desigualdades han resultado ser un campo de potenciación al concepto capitalista de utilidad. Presa de nuestro propio ego, el Mercado se adapta a nuestra codicia, después de todo… “Sabemos en donde queremos terminar: El éxito. Queremos importar. El dinero y el reconocimiento y la reputación también son algo deseable. Queremos Todo.”[7]

¿Qué es Todo?; o más bien, ¿qué los lo es todo para el ser humano? Aquí nos encontramos con una caracterización conceptual, de lo que cada persona busca en su vida. Ante un estado de capitalismo sumamente agresivo, ha comenzado a llenarse el aire de interrogantes conceptuales. ¿Puede comprarse la Felicidad, el Poder, el Amor o el Éxito?… Parece ser que sí… O al menos, podemos intentar hacerlo (si tenemos el dinero para ello).

No bastando los beneficios fiscales, la implementación universal del crédito, las subvenciones estatales fomentando el “crecimiento” económico; un nuevo concepto está en boga. Merced de la egolatría del ser humano, y en reconocimiento a su innecesaria obsesión hacia la individualización de su imagen: El estatus. Las grandes marcas hoy día, no se dedican per sé a la venta de un producto o servicio, sino al estándar personalizado del mismo producto.

En una analogía pragmática al concepto de escasez más puro de David Ricardo, se prueba –aún hoy día- su vigencia, confirmando que el neoliberalismo es poco más que una repetición de la escuela clásica capitalista. Lo escaso debe tener un mayor valor, es así que la industria de los diamantes manipula su propia oferta, alterando los precios de dicho mineral. Pero el concepto de “estatus” ya ha echado raíz en todas las escalas de la sociedad, marcas que llevan “prestigio” a quien las usa (radicado en su escasez adquisitiva), la industria por antonomasia a la aplicación de este concepto es –desde luego-, la industria de la moda.

La emancipación prometida por los productos de consumo es inexistente: Un vestido no te hará ver más delgada, de la misma manera que un carro no significa poder. Pero la concepción social no se ve capaz de admitirlo, antes prefiere negarlo. En el imaginario colectivo, las personas felices, plenas, exitosas… deben tener dinero, una casa en la playa, un carro del año, el último grito de la moda al vestir; cuestiones de mera apariencia unifican criterios subjetivos para darles un carácter de “real”. “Qué difícil es conseguir que un hombre comprenda algo cuando su sueldo depende de que no lo comprenda”[8]; de una manera tanto similar, existe un profundo arraigo en las concepciones culturales de una sociedad globalizada.

La vida del consumidor está destinada a ser “una sucesión infinita de ensayos y errores. Son vidas de experimentación continúa, aunque sin la esperanza de que un experimentum gracis pueda guiar esas exploraciones hacia una tierra de certezas más o menos confiables”[9]; todo se trata de variables, pero existen pocas constantes. Éste es el último pago del consumismo y su ideología.

Consumismo: Alcances y Consecuencias.

El consumismo guarda graves consecuencias al desarrollo de nuestra sociedad, más aun ante el impulso transcultural que alienta la causa misma de este efecto (la globalización). Causa ó consecuencia, el consumismo ha reducido notablemente los márgenes de tolerancia, importa más el impulso de inmediatez en la satisfacción que el objeto deseado por sí mismo. El lapso existente entre el nacimiento de un deseo y su desaparición, da una sensación de inservibles a los impulsos satisfechos –y los esfuerzos para conseguirlo-, un rechazo total a la producción antes conocida. Apenas se satisface un deseo, ya hemos encontrado otro que –así pensamos- requiere nuestra adquisición para ser “más” felices, plenos, reconocidos…

De esta manera entramos a un pozo sin fondo. Adquirir es una muestra de poder, una tarjeta de presentación sine qua non el estatus no se ratifica. El músculo adquisitivo es la más eficaz de las tácticas, la muestra deliberada de un derroche de fuerza; en una época en que el dinero significa poder, el ser humano es -maleable- al tráfico de influencias, al soborno y la avaricia. Una eterna espiral de decadencia se cierne en los estratos sociales (más) olvidados.

El creciente ritmo de producción que demanda una sociedad de consumo –tan caracterizada por sus derroches- se traduce en una afectación que trasciende el ámbito ideológico, tocando la tendencia ambiental y su cuidado. La producción de bienes y servicios, la explosión tecnológica y el increíble ritmo de competencias cambiantes que exige el Mercado para mantener su funcionamiento y –con éste- el de un intrincado sistema económico, se traduce en un malestar ambiental. Y, ¿por qué no? Un malestar social. No ha pasado desapercibido que la desigualdad económica cada vez alcanza disparidades mayores, como Pikkety nos hace ver al decirnos que estos índices –de desigualdad- son equiparables (en muchas naciones del mundo) a las de la Revolución Francesa[10].

El capitalismo requiere renovarse, pero solo lo intenta parcialmente -por debajo de sus requerimientos-. El ciclo de producción y crecimiento que anteriormente se vio en todo el mundo, conocido en varios lugares como “Los Gloriosos Treinta”, o su equiparable nacional “El Milagro Mexicano” (también conocida como “Edad de Oro del Capitalismo”), que comprendió desde la década de 1940 a 1970; ha demostrado ser un ciclo atípico del capitalismo clásico. Tales márgenes de crecimiento -y su expectativa- no son solamente dañinos para las economías, sino también para el planeta. Ante una inflación arraigada, surgen términos como “estanflación”; en un intento por disfrazar el declive económico del progreso y la deriva neoliberal, consecuencia de una discrecional aplicación de medidas poco menos que conscientes. ¿Sus principales promotores? El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, sin dejar pasar su mención –también destacada- a la Organización Mundial del Comercio, agentes de la globalización.

Otro de los efectos más grandes –aunque menos vistos- que ha tenido la doctrina consumista se refleja en la realidad social. Ante la inserción agresiva de las nuevas tecnologías, ha sucumbido el ser humano en varias de sus capacidades intelectuales, como son la síntesis, el entendimiento y la obtención (búsqueda) de información. Llegando a la realización de un temor distópico -ficticio-, que Aldous Huxley expresaba con claridad[11].

Tenemos una nueva cultura de viralidad, donde el mundo –a través de las redes sociales- fácilmente olvida, ni bien ha comenzado un evento viral, ya se encuentran los internautas pendientes del siguiente fenómeno risible. Ante la inmensa cantidad de información, podemos ver lo efímero de su adquisición. Todo se encuentra al alcance de la mano en una consulta al celular, en razón de ello, contamos con individuos más dependientes, menos preparados y con una tendencia conformista, es tal el fenómeno de información existente que nos hemos visto reducidos a la pasividad y el egotismo.

Una cultura de consumo, es una cultura que busca mantener al “yo” por encima de los demás. Un sentido de “especialidad” que raya en el hedonismo, la única manera para diferenciarnos unos de otros se traduce en lo hondo que tenga cada quien sus bolsillos. No es de extrañar el rezago cultural (alarmantemente en ascenso) que observamos diario, #LadyWuu, “Los XV´s de Rubí” y “La Mars”, todos ellos fenómenos virales, condena y caracterización de una sociedad efímera, personajes elevados a un rango publicitario sin precedentes. ¿Su mayor logro? Entretener un momento. Así de efímero es la doctrina consumista, la fama no dura más allá que un pequeño instante.

Una concepción temporal puntillista ha remplazado el flujo de tiempo en el que creíamos y trabajamos, en este punto tenemos la posibilidad de serlo -absolutamente- todo, pero es tan efímero el momento y la oportunidad, que irremediablemente en la mayoría de los casos, se termina siendo nada. El abstencionismo político al por mayor, la apatía social se ha vuelto en un estandarte. Al final de las increíbles promesas que el sistema consumista nos ha realizado, eso es lo que queda: Un cementerio de puntos sin nada realizado, y con grandes deudas de por medio (bendito el crédito para la institución bancaria y sus utilidades).

Es así, como se perpetúa agresivamente la desigualdad social, mientras que los ricos (dueños de bancos y marcas de prestigio) se empeñan en una campaña de consumo –de sus productos y servicios-; bajo la nueva idea del “estatus” los pobres se condenan a una vida sumidos en deudas, buscando aparentar –ante la sociedad- tener una vida de ricos. El último escalón de la tendencia consumista radica en la “cosificación” de la calidad humana, no nos encontramos demasiado lejanos a esa realidad. Las políticas migratorias, enmarcan –cada vez con mayor insistencia- un sentido menos humano y más utilitarista, lo mismo que las cuestiones laborales, y en última instancia, las relaciones personales. Donde no se ve como tal, el objetivo de la relación en un mutuo entendimiento, sino en la obtención de un rendimiento (en cualquier forma: placer, dinero, atención, etc.) a costa de la pareja…

El panorama no es alentador en lo más mínimo. Sin embargo, debemos comenzar la ardua tarea de cambiarlo desde nuestra concepción individual, un enfoque consumista  del éxito, no se traduce solo en una cuestión ilógica, sino en una garantía de infelicidad. Comenzar a frenar este enfoque es un paso importante hacia la obtención de una nueva concepción –una real-, y de una sociedad menos pasiva y ególatra. El tiempo se agota, y es nuestro turno de mover…

 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

  • Bauman, Zygmunt. Vida de Consumo. 1ª ed., FCE, México, 2007. 205 pp.
  • Davies, Williams. La Industria de la Felicidad. 1ª ed., MALPASO, México, 2016. 321 pp.
  • DORAN & ZIMMERMAN, Examining the Scientific Consensus on Climate Change. Berkeley, University of California Press. 23 pp.
  • Holiday, Ryan. Ego is the Enemy. 1ª ed., Portfolio/Penguin, USA, 2016. 226 pp.
  • Huxley, Aldous. Un Mundo Feliz. 7ª ed., Porrúa, México, 1932. 222 pp.
  • Klein, Naomi. Esto lo cambia todo. 1ª ed., Paidós, México, 2014. 703 pp.
  • Lipovetsky, Gilles. De la Ligereza. 1ª ed., ANAGRAMA, México, 2016. 339 pp.
  • Piketty, Thomas. El capital en el siglo XXI. 2ª ed., FCE, México, 2015. 557 pp.
  • Raphael, Ricardo. Mirreynato: La Otra Desigualdad. 1a ed., Booket, México, 304 pp.

REFERENCIAS ELECTRÓNICAS:

[1] DAVIES, W. La industria de la felicidad. México, Malpaso, 2015. Pp.170-171.

[2] KLEIN, N. Esto lo cambia todo. México, Paidós, 2015. Pág. 84.

[3]Consultado en http://www.milenio.com/negocios/ahorro_para_retiro-jovenes-mexico-finx-afore-cuantos_jovenes_ahorran-milenio_0_965303706.html el 30/07/17.

[4] LIPOVETSKY, G. De la ligereza. México, ANAGRAMA, 2016. Pp. 42-44.

[5] BAUMAN, Z. Vida de Consumo. México, FCE, 2007. Pág. 119.

[6] RAPHAEL, R.  Mirreynato: La Otra Desigualdad. México, Booket, 2014. Pág. 51.

[7] HOLIDAY, R. Ego is the Enemy. United States of America, Portfolio/Penguin, 2016. Pág. 85.

[8] DORAN & ZIMMERMAN, Examining the Scientific Consensus on Climate Change. Berkeley, University of California Press. Pág. 16-18.

[9] BAUMAN, Z. Op. Cit. Pág. 121.

[10] PIKETTY, T. El capitalismo en el siglo XXI. México, FCE, 2015. Pp. 296-303.

[11] HOUXLEY, A. Un Mundo Feliz. México, Porrúa, 1932.