Hacia un amor de Consumo: El festejo de lo efímero.-Miguel Ángel Caloca Heredia

HACIA UN AMOR DE CONSUMO: EL FESTEJO DE LO EFÍMERO  por Miguel A. Caloca.

¿Cómo podemos hablar de Amor, siendo que se trata de algo tan subjetivo? Ciertamente que lo es, pero solamente al inicio, es decir, en apariencia. Desde esas libertades consideradas como sagradas por la sociedad moderna. Resulta un interesante planteamiento, el uso que de las mismas se da a la generalización (implícita) de las consideraciones sociales –la moral-; ello basándose en un principio de inclusión, que actúa en directa contraposición de la autodeterminación -como manifestación de la individualización personalizada-. Ambos, principios sociales de vital relevancia en la moderna sociedad.

La generalidad del Amor (o lo que podemos conceptualizar como  tal) atiende estrictamente a un paradigma – en su forma de promesa- que nos fue aleccionado como parte de la concepción integral del individuo. Es decir, que forma parte de los requisitos indispensables para la consecución de la plenitud. Y, ¿por qué no?, llegando incluso a reflejar un claro estándar del progreso personal que se realiza.

En la cultura contemporánea del “Hágalo Usted Mismo”, en que cada uno de nosotros es dejado a su suerte, y responsabilizado respecto de sus resultados. La relación –y su pretensión- se traduce necesariamente en un auge del individuo, una seña máxima de pleitesía a su individuación en su respectivo entorno.

Las relaciones humanas se han erosionado, y el cambio del paradigma social obedece ahora al Momento, la inmediatez. La óptica puntillista –del Big Bang, de las infinitas posibilidades- se impone por encima del flujo de tiempo y sus consideraciones a futuro. El contraste no se hace esperar al respecto, pues basta una mera hojeada de las relaciones: Anteriormente se estilaba la duración de las mismas; pero hoy llegan, si acaso a constituirse. En un mundo de probabilidades, cada vez hay más probables relaciones; la red social y las páginas de citas, así como la tecnología se han encargado de potenciar más allá de los límites soñados por generaciones anteriores este sentido de la relación, que, aun así, terminan –indefectiblemente- en una buena anécdota de lo que pudo ser.

El súbito aumento de la cantidad de las relaciones, responde solamente -y de manera inversamente proporcional- a la disminución de los estándares de calidad con que se pretendía establecer dicha relación Esto se traduce en una reducción de los requisitos a ser considerados para la relación en sí (cantidad sobre calidad); ya no se habla de una inversión a largo plazo… De hecho, y como lo veremos más adelante, ya no se habla siquiera de la inversión en la misma relación, se busca que sea autosuficiente. No debe convertirse en una carga para la libertad.

Joseph Campbell, mencionaba, respecto de esta erosión –de una manera tanto más general-,  la desafortunada situación que guarda el cuestionamiento destructivo de las instituciones que nos precedieron[1]; las cuales fueron derribadas con estrépito, coraje e ingenuidad, en un ímpetu de reclama social hacia la modernidad y el progreso. El cual, sin embargo, dejó solamente el boleto de ida, quedando la incógnita del regreso para un referente moral “generalizado”. Así pues, prima la lucha y competencia por la imposición de los dogmas y creencias individuales al compañero, en un encarnizado fuego que se aviva desde la óptica del ego y la importancia del ganador –auto-  impuesto. Lo cual puede fácilmente concretarse en que “cuanto menos pesan en nosotros las instituciones tradicionales, más pesa la afectividad en la esfera privada”[2].

Ante tales embates, “la ideología que se escribía con mayúsculas ha cedido el paso a una ética de la satisfacción inmediata, a una cultura lúdica y hedonista centrada en los goces del cuerpo”…

UNA LIBERTAD POTENCIALIZADA: BUSCAR LO MÁS, PAGANDO LO MENOS.

El atractivo potencial de la pareja, consiste –paradójicamente- en su definición; cualquier que sea la forma en que se instituya. Ante un sentido “modular”[3] (piezas de muebles que se ensamblan en el sentido de tu preferencia) contemporáneo, podemos observar que el “limbo de la relación humana” estriba en el desconocimiento del propio vínculo, el cual pretende hacer más fácil la existencia. En una sociedad de consumo, es muy importante la etiqueta.

Sin embargo, la definición reviste un carácter antagónico respecto del egolatrismo exacerbado –el Yo por sobre todo lo demás-, toda vez que la relación implica “la definición de un Alguien, a la costa de volver el futuro en indefinido”. Es por ello, que existen dos libertades que deben mantenerse para que la comodidad de los involucrados pueda subsistir: La de auto determinarse (en tanto objeto y consumidor al mismo tiempo) y la de elección -de otras parejas, vínculos y relaciones-, no deben verse amenazadas bajo ninguna circunstancia.

La ligereza de las relaciones, la manera cambiante urge a su adecuación instantánea. Entonces, a largo plazo, las relaciones no resultan ni siquiera rentables, mucho menos concebibles. Primeramente existe un “período de prueba” de las personas que pretendan intercambiarse y conocerse, siempre deben mantenerse sin obstáculo las salidas de emergencia ante el riesgo de consolidar la posible[4] relación.

El miedo de las restricciones se vuelve en un claro reflejo de la sociedad que las fomenta y las instituye, nos rige actualmente un desapego. La simple estadística antes que la consideración del ser humano como tal. Se convierte en un ir y venir; nuestros requisitos a considerar bien forman una adecuada analogía del pasaporte moderno, donde damos libre acceso y claras restricciones a los sujetos que nos pretenden, todos ellos ante la expectativa de ejercer un “turismo emocional”. Al grado que a las personas les incomoda hablar de “relaciones”; antes prefieren hablar de “conexiones”.

Resulta irónico que, en una época donde los estándares se han erosionado, y el ser humano se encuentra –de una forma u otra- más accesible que nunca antes, nos encontremos ante un sentido de incertidumbre.

Pero claro que éste es el orden natural que debía seguir el proceso evolutivo de las relaciones, ahora las relaciones cuentan con una fecha de caducidad. Bien pueden ser desechadas, modificadas o interrumpidas por parte de quienes la construyen, y de forma unilateral. La relación se basa en la confianza, al punto de que para constituirse se requieren dos voluntades inequívocas, y para disolverla, basta una mera voluntad. La reciprocidad es latente a este respecto.

Lo más común es sentir una conexión con alguien, y así sentir un interminable número de conexiones (no sabemos lo que queremos, así que debemos experimentar) que, desde la experiencia empírica servirán como fundamento para justificar cualquier intercambio (consumo) que bien haya ocurrido entre quienes tenían esa conexión. Si, tenían, porque las conexiones son de momento; antes que el lazo pueda adquirir la fuerza necesaria para verse frecuentado de quienes lo “adolecen”, más vale que sea cortado de tajo; y la pequeña herida que deje tras de sí bien podrá ser reemplazada por “otro indefinido número de conexiones”[5].

RECONOCIMIENTO SOCIAL, OFERTA Y DEMANDA EN LOS VÍNCULOS HUMANOS: SOBRE SU FRAGILIDAD.

Ante la incongruencia previamente planteada, existen unas irremediables ganas de concretar el Objetivo y darle vista a la sociedad, que en su calidad de juez le corresponderá otorgar el estatus de dicha relación. Bien sabidos los antecedentes, procede la ponderación de sus equivalencias. ¿Ha cedido el integrante “A” ante un inteligente movimiento de su contraparte? ¿Se veía venir o ha tomado de sorpresa? ¿Existe un interés meramente económico al respecto? (…)

Sin embargo, obtener la relación idealizada es ya un objetivo bastante lejano en su consecución. Las probabilidades de lograrlo son sumamente escasas, casi nulas inclusive. Más aún si observamos tal posibilidad desde la óptica del fenómeno puntillista, previamente mencionado. La explosión de todas las posibilidades se materializa en los altos estándares que se guardan de la relación respecto del telos (finalidad) que la constituye; es así que todos esperan una pareja acomedida, receptora y muy diestra en las respectivas funciones que se le requieran para concretar las aspiraciones físicas del amor expresado en palabras.

La relación ideal no se ve en función del sentimiento que proyectan los partícipes de ella; ya no. No importa el Sentimiento, solamente la apariencia. Ahora la relación ideal se traduce como un concepto totalmente platónico, lo inalcanzable de su Naturaleza le da su carácter de atractivo, de deseable. En el momento que la relación sea asequible, comenzará a dejar de ser la “relación ideal que se procuraba”. Pues la utopía que se le construye, carece de la lógica mínima para inferir el precepto siguiente errare humanum est (errar es humano).  Es así que, al momento de creerse constituida, esta relación platónica (al menos en sus expectativas), comienza un lento retroceso, su fallecimiento es un hecho que precede inmediatamente a su constitución. No de la propia relación,  sino de su versión idealizada, pues el consumo de la misma la erosiona, le quita la forma del ideal en que se construyó.

En una contemporaneidad donde nuestra ponderación atiende mayormente a la inmediatez con que podemos satisfacer nuestros deseos, no resulta conveniente la institución de un ideal. Más bien, la rentabilidad se encuentra en darle al Sentimiento (ideal) un giro de ser idealizado.

Por lo tanto, se busca concretar la materialización del vínculo para su inmediato festejo, sin mas miramientos ni formalidades. Un tácito reconocimiento que otorga la sociedad a los interesados de conseguirlo. Es a ese particular festejo que atiende el presente mes (y el presente artículo), radicando singular en un sentido de celebración hacia las relaciones y los vínculos humanos –cualquiera que sea el significado que hoy día les podamos augurar- de mayor relevancia. Es indudable que el Amor y la Amistad forman parte esencial del ser humano (en su carácter natural del son politikon aristotélico). Sin embargo, pocas veces se tiene la oportunidad de hablar del Amor -más allá de su festejo efímero, impensado, intrascendente-, ya no se diga de las consecuencias que guarda la concepción en que le tenemos.

Retomando la idea de la libertad. A decir de Lipovetsky, conviene recordar lo siguiente: “El modelo de la pareja en estado de fusión, que impone compartirlo todo, hacerlo todo juntos, <ser sólo uno>, desaparece en beneficio de una estructura conyugal basada en el reconocimiento de la autonomía de los sujetos”.

Un viejo mito griego aduce que, previo al mundo como lo conocemos; los seres humanos solíamos estar unidos. Dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas, componían la fisonomía del humano convencional. Un ser humano que, valga la pena, fue temido por los dioses. Al grado de ser separado en dos segmentos de cada cual, la separación de los géneros, que mitológicamente puede ser reconocida como el momento de la concepción primigenia de la palabra “Destino”. Puesto que ambos seres se encontraban depuestos a la promesa del retorno en su estado originario; ¿no es acaso la unión de los seres la suprema manifestación del legítimo amor?

O así solía serlo. Queda claro que la institución contemplada en aquel sentido de “lo sagrado” se ha visto erosionada, derivado de la modernidad y las liberalidades (que ya no libertades). El Destino, encontrado en este sentido como la necesaria fusión de los pares en el ser que originalmente componía, se encuentra manifiesto y nos inculca la trascendencia del yo. En una analogía simplificada conviene resaltar lo siguiente: “No importa Juan, no importa María. Lo que importa es el “ente” –la relación- que ambos manifiestan al unirse en el mismo sentido y voluntad. Es decir, la relación trasciende del individuo.

El reconocimiento de nuestros pares, necesariamente implica la subyugación del “Yo” en un sentido de “otredad”/empatía; es así que el Amor y la Amistad, solían invitar a las buenas prácticas de cordialidad. Basándose en principios torales que acompañaban a la calidad y calidez humana que regulaban la sana convivencia de la sociedad.

Sin embargo, como bien ha apuntado Bauman al respecto “vivimos en una era, no sólo de inflación monetaria, sino también de inflación –y por lo tanto, devaluación- de conceptos y valores[6]”. Es así que el entendido del amor conceptualizado en el tiempo presente, ya no responde tanto del término “cariño” como de la “utilidad”.

CARPE DIEM; LA DOCTRINA DE LO EFÍMERO

El dogma del amor y su liquidez moderna, se refuerza a través de sus practicantes; también inscritos al seminario Carpe Diem “disfruta el ahora” (sin pensar en el mañana), diletantes de la pasión en el sentido cuantitativo. La validez y el reconocimiento -impulsos al ego en la época de las tecnologías de la información- se miden en numerario: A cuántas personas has besado, con cuantas personas has salido, cuantos likes tienes en tu más reciente foto, cuantas personas te escriben y procuran para el objeto de hacer patente su interés…

Así pregonan los defensores de lo efímero, revolucionario grito de transformación social en el sentido de la liberalización de los dogmas en relaciones que previamente fungían como grillete. Y sin embargo, ¿cuándo aprenderemos que los extremos son pésimos, en cada uno de sus sentidos? Brincando del más amplio conservadurismo, ahora pasamos al libertinaje –que no la libertad-.

La institución moral ha sido corroída y los jóvenes se entregan cada vez con mayor ahínco y convicción, a las malas prácticas de los placeres inmediatos. Mientras que tales placeres han nublado su concepción a un plazo que pueda trascender de los viernes por la noche, o aquel momento que eligen para dar rienda suelta a su erotismo y sexualidad antes “reprimidos” (carente de control), razón por la cual, desde la presión social se pugna el no reclamo de estas actitudes. “Ya sabrá en lo que se mete”, felizmente se dicen aquellos que no comparten tal ideología, sin observar acaso que son sus propias omisiones que los condenan a un sistemático fracaso, pues su ideología ha quedado caduca respecto de la modernidad.

Al respecto, conviene traer a mención el siguiente fragmento: “Ésta es la naturaleza de las justas medievales: dos caballeros se enfrentan sin dejar de reconocer que el otro es también un noble. El fanático no es sino la persona que ha perdido ése equilibrio y cree ser el único  en posesión de la Verdad. V-E-R-D-A-D, es el nombre de uno de los monstruos más feroces a que tenemos que enfrentarnos”.

Luego entonces, todo se vuelve en temporal, flexible y desechable. Urge la protección del “yo” hacia los demás. Las intenciones no son claras (se mantienen difusas ante la expectativa de no interferir con las libertades) y la honestidad recoge el polvo de la moral, guardada en un recóndito rincón, a la espera de ser retomada en algún tiempo futuro de la existencia. Ante una sociedad maquiavélica, que ratifica la importancia del fin sobre los medios, ¿qué más se podría esperar?

No es de extrañar entonces, que las páginas de citas se encuentren en un mercado de crecimiento exponencial, volviendo en una estadística y servicio de aproximación virtual el Amor que anteriormente se manifestó en las experiencias sensoriales que producía. Aun así, el hecho de que la finalidad misma de las páginas de citas radique en conocer a personas y delimitar su probabilidad; en un rango de afinidades y filtros a escoger por parte del “comprador/consumidor” –así mismo en un acto de reciprocidad simultáneo-; no significa per sé, la inequívoca materialización de los objetivos que pretenden ambas partes, a la vez consumidores y mercancías. Por lo tanto, no es una manera de “comprar” Amor, sin embargo, vaya que se traduce en un mecanismo para complicarlo.

Esto se debe a que el consumidor se deshace de la “humanidad” que pudiera quedarle a su pareja (o bien, potencial de pareja): las personas que convierten en meros objetos consumibles. Son mercancías, apostándose al mejor postor y ofrecidas en escaparates con una adecuada descripción física, emocional y de cualidades “atractivas” para instar, al consumidor que más ofrezca, respecto del uso que ambos puedan obtener de sí mismos. Se busca captar el mayor índice de  demanda, a la vez que se ofrecen como objeto de interés en un ámbito plenamente competido.

Las redes sociales han apoyado a solventar esta cuestión en una manera irrefrenable, la publicación ocasional de los aspectos de nuestra vida que hasta antes tenían el carácter de privados; hoy día se traducen en una Cultura de la Simulación, en que típicamente el consumidor prefiere ser engañado ante el nulo o carente interés de conocer a la persona, en tanto no es persona, es producto.

“El uso y el abuso de uno mismo y de los demás se convierten en la única estrategia en la vida. Todos tenemos un principio y un fin, así que, usémonos unos a otros antes de que expire nuestra validez”, el sexo carente de sentimientos, emociones y consideración es la muerte de la sociedad moralizada. Mecánico, sin risas, sin lágrimas… Sin esfuerzo.

No es de extrañar entonces, que la libertad en materia de relaciones, termina transfigurada en el miedo mismo a las relaciones. En términos de Milan Kundera, no vivimos “lo insoportable” en “la levedad del ser”, tanto como en la “carga de la soledad del ser”.

Es así que podemos presenciar el nacimiento de las relaciones light, tema insignia del presente escrito. O, a decir de Anthony Giddens, el auge de las “relaciones puras”, las cuales son “relaciones sin compromiso, con una duración y alcance sin definir (…) –que- solo se basan en la gratificación que se obtiene de ellas (y) una vez que la gratificación mengua o empequeñece ante la disponibilidad de otra gratificación más profunda, no tiene ninguna razón para continuar”. Es decir, la relación pura se basa en que, cada uno de sus integrantes, intente tratar al otro como objeto, ya sea por turnos o de manera simultánea, lo que mejor convenga al alcance inmediato de la Felicidad.

CONCLUSIONES.

Al final del día, no todo es pesimismo y liquidez. Entre la fatuidad y lo efímero que anteriormente ha sido expuesto, conviene resaltar algunas victorias y radicandos del amor contemporáneo. Primeramente, -en un sentido responsable- el régimen de libertad en el reinado de los sentimientos significa que podemos elegir la persona con quien queremos vivir (con la reciprocidad que ello implica, claramente); la posibilidad de elección para salir de decisiones desafortunadas sin que exista la condena de llevar su peso para siempre –y sin dogma social-.

Igualmente, sobra mencionar que, el reinado –próximamente tiranía- de la hiperindividualización no ha sido suficiente para erradicar el valor intrínseco de los sentimientos. Toda vez que, aun viviendo entregados al placer y el consumo, se mantiene la referencia central de la pareja (si bien ya no institucional, no deja de ser pareja por ello) como un ideal que comparte la gran mayoría. Un aplauso especial merece la desaprobación del matrimonio por interés –que no así los noviazgos-, especial condenado por la filosofía del “hágalo usted mismo”.

El amor, sin duda alguna, así como los vínculos humanos, se imponen aún como tema fundamental de la charla cotidiana, de las películas, la literatura y las canciones, entre tantos otros…La cultura del hiperindividualismo nos muestra su lado idealista y sentimental, el romanticismo aun agita y tortura corazones tanto como antes.

En una sociedad con una hiperinflación en sus autoevaluaciones, es clara la amenaza que la negación del acto de consumo puede representar a la autoestima y la salud emocional de los sujetos  a ser consumidos, así pues, ¡bienvenidas sean las conexiones! Un fatídico esfuerzo por llenar en cantidad un estándar cualitativo, el Turismo Emocional forma parte de nuestra realidad en la época de las conexiones. La potencial promesa de un mejor futuro, de un futuro “con alguien”, pero manteniendo a ése alguien en lo indefinido (un alguien por definir, puntillista, plausible).

Aquello que sabemos, aquello que deseamos saber y aquellos que nos esforzamos por –no- saber, nos muestra la imposibilidad de racionalizar respecto del Amor, la experiencia del mismo y lo inevitable del mismo como acontecimiento humano en nuestra historia individual, al respecto conviene decir que “por eso es imposible aprender a amar, tal como no se puede aprender a morir (…) Nadie puede aprender el elusivo arte de no caer en sus garras o mantenerse fuera de su alcance…”.

Podríamos inferir acaso la consecuencia de los pensamientos vertidos al decir que “si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”; pero esa salvación ya se encuentra lejana –inalcanzable- de aquellos que tanto la buscamos. Quedando al pendiente la interrogante que sigue: ¿Valdrá la pena ser salvados en la presente circunstancia?

Ya lo averiguaremos, sin duda alguna, con un poco de paciencia. Finalmente, al momento de prevenir los sinsabores del Amor –y la falta de moral de quienes gustan consumir “a título de gratuidad”-, convendrá tener presente lo siguiente:

Si la dulzura derriba a la efímera pasión; entonces serán los actos que derriben las promesas vanas.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Bauman, Zygmunt. Amor Líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, 1ª ed., Fondo de Cultura Económica. México, 2005. 203 pp.

Bauman, Zygmunt & Donskins Leonidas. Ceguera Moral, 1ª ed., Paidós. México, 2013. 271 pp.

Campbell, Joseph. El Poder del Mito, 3ª ed., Ed. Capitán Swing. México, 2016. 304 pp.

Lipovetsky, Charles. De la Ligereza, 1ª ed., Ed. ANAGRAMA, 2016. 339 pp.

[1] Campbell, Joseph. El Poder del Mito.

[2] Lipovetsky, Gilles. De la Ligereza. Pág. 275.

[3] Véase Ernest Geller, The importance of being modular, en John A. Hall, 1995.

[4] Al respecto, “lo posible” se diferencia de “lo probable” en tanto que, éste último admite un estándar gradual. Mientras que la posibilidad existe o se turna en imposible.

[5] Bauman, Zygmunt. Amor Líquido. Pp. 11-12.

[6] Bauman, Zygmunt. Ceguera Moral, Pág. 155.